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SEMANA SANTA

El pan bon de Violeta

El pan bon de Violeta
El pan bon de Violeta

Desde las escaleras que suben a la residencia de la señora Violeta Gómez, en una esquina de la calle 11 en Parque Lefevre, ya se siente el aroma a pan bon recién salido del horno y se hace agua la boca. Violeta está al tope de las escaleras, sonriente, dando la bienvenida a su casa, que en ese momento era una fábrica de pan bon.

En una esquina, su asistente Betty Savory, que lleva un año trabajando con Violeta, tiene una mesa llena de panes calientitos y está pintando cada uno con miel de caña y colocándolos en bolsas. Por todas partes hay cajas llenas de bolsas de bon. Violeta da un pequeño tour por su cocina y sus cuartos, para mostrar cuántos panes ha hecho, numerosos pedidos listos para ser recogidos por las personas que no pueden pasar la Semana Santa sin su bon.

“Este año he hecho como 600, y voy a hacer unos 60 más para las personas que llegan, siempre hay personas que me hacen pedidos tarde”, explica, señalando uno de los recipientes llenos de masa lista para amasar y hornear.

El pan bon de Violeta
El pan bon de Violeta

La señora Violeta tiene actualmente 86 años. Nació en Colón y se mudó a Panamá cuando se casó en 1955. Tiene 8 hijos, de los cuales solo una de sus hijas permanece en Panamá. “Todos mis hijos se fueron para Estados Unidos, y yo decidí que no quería ir, yo quiero morirme en mi país”, cuenta Violeta. Trabajó toda su vida en lavandería, compra y venta, transporte, y cocina: hacía pan, enyucado, mamallena, cupcakes, raspaos y más. Con lo que ganaba pagó los estudios de sus hijos. “Yo tenía que hacer algo para sobrevivir, y un día decidí que quería hacer pan bon, para ser independiente”.

Recurrió a una amiga para aprender a preparar y hornear este pan, pero su amiga no quiso compartir su secreto. “Lloré y lloré”, dice Violeta, “y un día el Espíritu Santo me dio una receta, me dijo todo lo que tenía que hacer”.

Comenzó a hacer pan bon en 1990, hace ya 28 años, y no ha parado. Para ella hornear bon es más que un trabajo para subsistir.

“El Espíritu Santo me dijo que yo tengo que ayudar a mi prójimo, yo tengo que dar a los niños, a los abuelos”. Por cada bon que vende, un dólar lo coloca en una alcancía, y con lo que ahorra compra comida y le lleva a personas mayores y a niños en las escuelas. “Uno no puede ser egoísta. Este negocio que he tenido por tantos años ha ayudado a mucha gente”.


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