Ronda, una dogo de Burdeos de seis años, estaba condenada. Un tumor en una pata hacía irremediable la amputación, pero amputar a un perro de 50 kilogramos no es una opción. Entonces apareció una prótesis de titanio y fibra de carbono.
Sin esta intervención, habría sido necesaria la eutanasia. “Nos negamos a tirar la toalla. Cuando hubo que decidirse, su manera nos hizo comprender que quería vivir“, testifica su dueña, Patricia Rodrigues.
El veterinario portugués Henrique Armés salvó a Ronda. En Europa, él es uno de los pioneros en estas prótesis para animales domésticos. Al frente de una clínica veterinaria de Lisboa, perfecciona la técnica de fijar una prótesis externa, que se asemeja a una espátula curvada, una boquilla implantada en la cavidad ósea del miembro amputado.
El doctor Armés es el único que hace estas intervenciones en la península ibérica. Nunca operó a un perro tan imponente como Ronda, con un tumor en la pata delantera derecha. En septiembre, tras dos operaciones y meses en el hospital, se reunió con sus dueños.
Hecha la intervención, la perra se “acostumbró” a su prótesis. Puede caminar lo suficientemente rápido, pero no correr y siempre cojeará un poco. Esta operación cuesta al menos $2,200. Si el animal no rechaza el implante, Armés asegura una tasa de éxito de mínimo 90%.
Cereja, un pequeño gato tigre que perdió su pata delantera izquierda producto de un carro que lo atropelló, representó un desafío diferente. “La gran dificultad es crear el implante correcto. Debe hacerse a la medida. Es un animal de cuatro kilos con una cavidad ósea de menos de dos milímetros”, profundiza Armés. En la clínica varios gatos y perros esperan recuperar su movilidad.

