Si aún no ha visto El secuestro, no sé qué está esperando. En el teatro La Estación hasta el 9 de abril, esta comedia de absurdos tiene muchos de los ingredientes necesarios para hacerle pasar un buen rato. Con un gran dinamismo, la propuesta de Tatiana Salamín, su directora, demuestra que se puede hacer comedias “para morirse de la risa” sin caer en lo chabacano.
Su trama es un tanto complicada y revelarla aquí arruinaría un poco el impacto de la experiencia. Pero sí, en efecto, hay un secuestro. Y para que sea comedia, los secuestradores cumplen con el requisito de no tener muy claro cómo se manejan las máscaras para ocultar su identidad, ni cómo usar la escopeta para defenderse. Lo más interesante del texto, del español Fran Nortes, es que enmarca este secuestro en los escándalos de corrupción de constructoras brasileñas y españolas, y los zánganos ministros que lo permiten. A pesar de haber sido escrita para España, la obra tiene una lamentable universalidad. Lo interesante del texto es que no es sobre las personas que cometen estos crímenes. Es sobre sus víctimas enfrentándose a sus victimarios. Como dramaturgo, siempre me ha parecido más efectivo describir un hecho histórico desde la perspectiva de personas sin poder político, pero que viven las consecuencias de la política en la cocina, el trabajo o la cama. En El secuestro, este impacto se muestra de manera hilarante, sin perder de vista por la crueldad que representa que un ministro se robe 10 millones de dólares de nuestros impuestos. Como texto, quizá hubiese sido más efectivo añadirle más capas o complejidad a los corruptos.
Si el texto es interesante, las actuaciones de Idania Kiki Ceville y Eric De León lo están aún más. Idania, en el papel de la hermana del secuestrador, no entra sino irrumpe en el escenario, llenándolo de vida, comicidad y conflicto. Por su parte, Eric De León, como el cuñado del secuestrador, le añade pequeños pero efectivos matices a un personaje que se enorgullece de su simpleza.
Finalmente, como dicen muchos por redes sociales, parece que hoy no hay obra de teatro que se escape de un personaje gay. En este caso, se combinan las dos tendencias teatrales de cómo tocar este tema. Por una parte, el texto añade una escena trillada de un personaje heterosexual pretendiendo ser homosexual usando amaneramientos exagerados. Pero, para crédito de la obra, el más corrupto de los corruptos, declara sin mucho drama, “sí, soy gay”, y con leve movimiento de hombros nos pregunta, “¿y qué?”.

