El artista californiano Thomas Kinkade una vez dijo tener algo en común con Walt Disney y Norman Rockwell: quería hacer feliz a la gente. Y obtuvo la fama con sus cuadros que se centraron en paisajes idílicos, cabañas e iglesias, obras muy populares que generaron altas ventas para los comerciantes de arte de Estados Unidos.
El autonombrado “Pintor de la luz”, que falleció el viernes a los 54 años, reprodujo escenarios sentimentales de jardines rurales y paisajes bucólicos bañados en luz matinal, que eran muy apreciados entre las clases medias en Estados Unidos, pero criticados por las figuras consagradas del mundo artístico.
El costo de sus cuadros varía dentro del rango de cientos de dólares hasta más de $10 mil. Kinkade murió, al parecer, de causas naturales en su casa en Los Gatos, en el Área de la Bahía de San Francisco, señaló David Satterfield, vocero de la familia.
“Thom brindó una vida maravillosa a su familia”, dijo en un comunicado su esposa Nanette, con quien Kinkade tuvo cuatro hijas. “Estamos impactados y tristes por su muerte”. El pintor se ufanaba de ser el artista vivo más coleccionado del país, y se calcula que sus pinturas y productos derivados captan ventas anuales por $100 millones y adornan cerca de 10 millones de viviendas en Estados Unidos.
Tales interpretaciones llenas de luz se exhiben predominantemente en edificios, centros comerciales y en productos, que por lo general describen escenas tranquilas con vegetación exuberante y riachuelos próximos.
Muchos cuadros contienen imágenes de pasajes bíblicos. “Soy un guerrero a favor de la luz”, dijo Kinkade, quien se describía a sí mismo como un cristiano devoto al diario San Jose Mercury News en 2002, en referencia a la práctica medieval de usar la luz para simbolizar lo divino. “Con el talento y los recursos con que cuento, trato de traer luz para penetrar la oscuridad que muchas personas sienten”.
