MADRID, España. -Días atrás, la proclamación de Felipe VI parecía dejar indiferentes a los madrileños, más atentos a los pasos de la Selección que a los traspasos borbones, pero esta mañana de sol radiante, libres con motivo de la fiesta de corpus, miles y miles salieron a las calles a ser testigos de un evento que no se daba hace 39 años.
Desde antes de las 10:00 a.m. se agolparon en la carrera de San Jerónimo, en las afueras del Congreso de los Diputados, donde el biznieto de Alfonso XIII dio su primer discurso como rey en presencia de Letizia y las pequeñas infantas, de su madre, de su hermana Elena, del presidente Mariano Rajoy, de José María Aznar, de José Luis Rodríguez Zapatero, de Felipe González, mas no de su padre, que permaneció en La Zarzuela “para no restar protagonismo al ungido”.
Aliviado de las rigideces del protocolo, es probable que Juan Carlos I haya seguido la ceremonia por televisión, las piernas extendidas, revueltas las memorias de aquella jornada de 1975 en que a escasos días de la muerte de Franco recibió la corona –que en orden de sucesión le correspondía a su padre, el Conde de Barcelona– movido por el compromiso, las circunstancias y la ambición.
Felipe es menos campechano y mas germánico, pero, como dijo un comentarista, “a nadie se ha escuchado hablar mal de él con fundamento ni sin fundamento. Se ha habla'o del padre, de la madre, de la hermana, de la mujer...pero no de él”.
Su primer discurso como rey (desde los 13 años está hablando en público) generaba grandes expectativas: seis millones de parados, la familia desprestigiada y las cada día más acaloradas demandas nacionalistas no son temas que se fuman en pipa.
Y, sin embargo, no son más ásperos que aquellos con que en su momento tuvo que lidiar su padre: dictadura, atraso, ETA… transición.
El discurso real –trenzado con palabras como ejemplaridad, respeto, constitución, servicio y renovación– cerró con una cita del Quijote que dijo más que todo lo anterior: “no es un hombre más que otro, si no hace más que otro”.
Cumplido este paso, estrechadas las manos y recibidas las venias, Felipe y Letizia salieron del Congreso rumbo al Palacio Real.
Tantos miles más colmaron las generosas aceras para echar un vistazo al Rolls Royce negro descapotado que, escoltado por guardia real a caballo, paseó a los nuevos monarcas por la fuente de Neptuno, el Paseo del Prado, Cibeles, Alcalá, Gran Vía, plaza de España y calle de Bailén, hasta el Palacio Real, en el llamado Madrid de los Austrias.
Frente al Palacio, la plaza de Oriente también estaba colapsada por la multitud de lenguas diversas blandiendo banderas rojiamarillas.
Arribó el nuevo rey poco después de la hora prevista (12) y, una vez allí, se asomó al brevísimo balcón central del Palacio, primero él solo, luego Letizia, las niñas, y por últimos Juan Carlos y Sofía, reyes honorarios.
Saludó con la mano el recién proclamado jefe del Estado español, hubo aplausos, ¡vivas!, ¡guapos!, tanto en plazas como calles y cafés.
Finalmente, vestido con el uniforme de gala del Ejército de Tierra y luciendo el fajín rojo de capitán general de los ejércitos que le impusiera su padre esa mañana en La Zarzuela (los borbón son muy militares), Felipe VI se retiró, presto a cumplir con su primer encargo: un largo y tedioso besamanos que precedería a la recepción para 2 mil personas a la que no fueron convidados jefes de Estado, reyes, sheiks, príncipes ni princesas de otros reinos.
Sobrio, comprometido y bien preparado (es el primer rey europeo en realizar estudios universitarios en un campus), Felipe es una carta de lujo para quienes apuestan por el cetro y la corona, símbolos de un sistema que pareciera tener mas pasado que futuro.
Y es que hay más de un contribuyente sin ganas de mantener a estas gentes “viviendo como reyes...”. Peor aún si, no conformes con eso, roban. En fin que lo que el mundo está viendo hoy no es literatura rosa. Ni negra. Es realidad.
Proclamación del rey Felipe VI: Un día de gloria
19 jun 2014 - 11:52 AM