TRIPOLI, Libia. (EFE).- Un año después de la muerte del dictador Muamar al Gadafi y el anuncio de la liberación de Libia, el país todavía está en el punto muerto político, económico y de seguridad y la transición está casi bloqueada.
La constatación la ha hecho sin la menor complacencia y en los términos más amargos el personaje principal de esta transición, el presidente del Parlamento libio, Mohamed al Magrif.
En una intervención anoche en la televisión local, el presidente de la Asamblea Nacional del Congreso (CGN, el Parlamento elegido en julio pasado) empleó las palabras "negligencia", "retraso", "descontento", "caos ", "desorden" o incluso "corrupción" para describir la situación que vive su país.
Al Magrif apuntaba como el gran desafío sobre todo de la seguridad del país, diciendo que la ausencia de un Ejército y de la policía y la falta de control de armas es una "negligencia".
En el país hay todavía milicias fuertemente armadas que, aunque las autoridades dicen que están afiliadas a las fuerzas regulares, continúan imponiendo su ley en muchos lugares.
Otro palo en la rueda de la estabilidad y la preservación de la seguridad de Libia es Bani Walid, último bastión del antiguo régimen, todavía refugio de cientos de partidarios de Gadafi.
En el plano político, las dificultades son mayores, y la parálisis de la administración pública tiene un impacto negativo en la vida cotidiana de la población.
Si desea obtener la confianza del Parlamento, el nuevo primer ministro, Ali Zidan, necesitará lograr un equilibrio perfecto entre las diferentes fuerzas y regiones.
El mismo sentimiento de decepción es formulado por Mohamed Zin el Abidin, miembro del antiguo Consejo Nacional de Transición (CNT), brazo político de la rebelión durante la revolución, que deploró la situación en su país y apuesta por la aplicación de un "gobierno fuerte" para poner en Libia en marcha.
