¿Quiénes somos? ¿Qué queremos? ¿Cuáles son nuestros valores? ¿Cuál es el camino que queremos trazar hacia nuestro futuro y el de nuestros hijos, nietos y bisnietos?
Procuremos en nuestra intimidad contestarnos esas preguntas. Hagamos el examen en ausencia de lo que afecta nuestros intereses (del “qué hay pa mí”).
Hagamos la pregunta pensando en el futuro país que le dejaremos a nuestros descendientes, a las personas que más queremos.
Pido que tengamos la valentía que debe ofrecer la intimidad; la misma intimidad en la que estaremos cuando entremos al cubículo donde ejerceremos nuestro derecho al voto secreto como dueños del poder democrático, responsables íntimos del futuro de nuestros seres más queridos.
En ese momento íntimo decidamos entonces si en general queremos un gobierno de más de lo mismo: de ineptitud, corrupción generalizada y demás, o nos arriesgamos a dar la sorpresa provocando el cambio valiente, de honestidad y eficacia.
En ese momento íntimo, ¿preferimos a alguien que ya fue gobierno y es en gran parte responsable del sistema cleptocrático que tenemos (o sea, todos los partidos y sus candidaturas tradicionales) o nos arriesgamos a votar por alguien nuevo, sin cola de paja, que propone cambios valientes –incluso radicales– sobre los cinco problemas fundamentales de nuestro país, como lo son 1) educación (hoy una fábrica de desigualdad), 2) agua, 3) justicia, 4) salud/CSS y 5) planificación?
Este proceso de autoexamen íntimo ya lo tenemos que ir haciendo para no solo decidir, sino participar; en que lo que decidamos pueda convertirse en la nueva realidad de nuestro país.
Las opciones son claritas y definidas: hay un grupo de precandidatos que ya han sido gobierno. O dicho en otras palabras, han sido constructores -unos más, otros menos-, pero son todos los que ayudaron a construir la cleptocracia que hoy nos tiene a la orilla del barranco. Sobran los ladrones comprobados, sobran los que dañaron con premeditación el sistema institucional de justicia convirtiéndolo en injusticia y la impunidad comprobada de hoy, y sobran los que no robaron pero se pasaron años junto a los ladrones viendo cómo saqueaban el país, en absoluto silencio cómplice, para avanzar en sus ambiciones políticas o personales.
O sea: hay un bolsón de cleptócratas. Ondean banderas diferentes, pero el plan común es de todos, absolutamente todos (gobierno y supuesta oposición); es “más de lo mismo”: seguir robando impunemente, burlándose de la ciudadanía en vez de procurar representarla; son todos la misma jeringa con diferente pitongo. ¡Esos son –cualquiera de ellos– la opción primera!
La otra opción (solo hay dos) es la del político nuevo con un partido nuevo, sin cola de paja, indepediente (con su partido de indepedientes), aliado natural de otros movimientos de independientes como Vamos, otras candidaturas y otros que buscan el cambio valiente en términos de servicio al país en forma honesta y eficiente. Se inician todos desde cero, en una lucha cuesta arriba que requiere el doble de trabajo de los que representan la cleptocracia, el “más de lo mismo”.
Yo soy fiel creyente en el espíritu panameño mayoritario (¿recuerdan “con Colina hasta la cortina”?) en que afloró ese espíritu contra una dictadura en la que incluso los guardias (gracias a la intimidad que les brindaba la cortina) votaron contra Noriega, en esos momentos dueño de todo nuestro dinero, jamones, zinc y un largo etcétera de subsidios, pero perdió tan feo que no le quedó otra que cancelar las elecciones, inicio de su final, pasando décadas en cárceles extranjeras y finalmente la muerte en una carcel panameña.
La indignación generalizada de nuestro pueblo no se puede medir con eficacia, porque es un sentimiento íntimo, pero está allí y, al entrar cada uno de nosotros al lugar de votación, esa fuerza del “espíritu panameño” se manifestará con una fuerza contundente. ¡Ya verán!
El autor es presidente fundador del diario La Prensa
