En Panamá vivimos en paz, alejados de los conflictos bélicos. Este país parece estar bendecido por Dios, pues las catástrofes de la naturaleza no suceden a menudo, además, la alegría propia del panameño es su carta de presentación. Pero no todo es bonito, lastimosamente; tenemos una de las clases políticas más corruptas de la región, pues solo piensa en sus intereses y en la oportunidad de crear fortunas.
Los gobiernos que se han sucedido en el poder en los últimos 25 años han demostrado mucha incapacidad en la planificación a futuro, solo trabajan para lograr ciertos objetivos en su período de mandato y presentarlos, al final, en su lista de logros, en mi concepto, mediocres.
En Panamá, la salud pública vive desde hace años una crisis gravísima porque no hay medicinas en las farmacias, insumos básicos en las instalaciones médicas y tampoco se dispensa atención adecuada en las salas de urgencia.
A pesar de esto, a ningún gobierno le ha interesado buscar una solución definitiva a este problema.
La educación es un caos, debido a instalaciones viejas, educadores sin ética y ministros incapaces. Esta suma de factores mantiene la educación pública a tan bajo nivel que la juventud no sale preparada para el mundo real, pero los gobernantes miran hacia otro lado.
La seguridad está fuera de control. A diario se registran asesinatos, secuestros y robos; y el narcotráfico y el sicariato están acabando con la sociedad panameña. La violencia ya invadió el interior de la república; es como un cáncer que crece y se expande. Ante esta realidad, los gobiernos tampoco se han interesado por buscar una solución integral al problema.
Estos tres aspectos vitales se habrían podido optimizar, si desde hace 25 años se hubiesen iniciado acciones de mejoras a largo plazo.
Lamentablemente, en el pensamiento de los políticos no hay cabida para trabajar por el país; se limitan a prometer el cielo y la tierra para lograr los votos y ocupar los importantes puestos públicos que ven como “la gran tacita de oro”.
La Asamblea Nacional se ha tornado en una reunión de incapaces. Gente que, en su mayoría, solo idea la forma de rebuscarse. Por eso es que vemos a diputados que traicionan a sus partidos en procura de beneficios propios, y a otros que no trabajan por el bienestar del pueblo que los eligió. Es toda una farsa.
El Órgano Judicial es otra institución podrida. Hay magistrados que han sido nombrados por diferentes presidentes y, por eso, siguen las instrucciones del Ejecutivo. El más alto Tribunal de Justicia en Panamá también es una farsa. Lastimosamente, es un circo completo.
Los cimientos de la Caja de Seguro Social tiemblan.
No sabemos con claridad cuál es la situación del fondo de jubilación, y a ningún administrador de entidad le ha importado lo que puede suceder. En los últimos años han puesto a personas incapaces a dirigir esa institución. Este es un problema que nadie quiere abordar con la seriedad que amerita, pero lo cierto es que la quiebra de esta institución causaría un colapso económico de consecuencias que ni siquiera me atrevo a imaginar.
La democracia se entiende como la forma de Gobierno del Estado, en la que el poder es ejercido por el pueblo, mediante mecanismos legítimos de participación en la toma de decisiones políticas. Con esta definición queda clara cuál es la función de los gobernantes; es decir, ellos se deben al pueblo y deben trabajar por el pueblo. Esto implica atender los temas que toco en este escrito, como problemas de Estado, y cuya mejora continúe en los diferentes gobiernos.
Los ciudadanos nos convertimos en cómplices de estas irregularidades porque en las elecciones votamos por los mismos y después nos quejamos. Ya basta de esto, hay que poner freno a los que solo piensan en enriquecerse. ¡La sociedad panameña debe exigir resultados!

