La acumulación de golpes medulares al corazón de nuestra democracia, más el glotón y rapaz paso del huracán Martinelli y su fiel discípulo, el actual gobierno panameñista de improvisaciones terminales e incapacidades extremas, nos recuerdan las palabras de Maquiavelo, cuando en 1526 le decía a un amigo: “Me gustaría enseñarles el camino al infierno para que se mantengan apartados de él”. No hay indicios de que los gobernantes le teman a este trayecto; creen que el final de su camino es el paraíso. Hasta ahora, en mayor o menor medida, los políticos, una vez en el poder, empiezan a ver el camino despejado y recto, sin curvas ni baches. Y “aceleran” hacia su enriquecimiento personal. Nefasto comportamiento que minimiza cualquier logro.
Es importante detectar oportunamente a los aspirantes que hoy hacen calistenia: a los que echan humo como vetustas chimeneas o a los que como meticulosos artesanos van pavimentando el camino hacia el reinado del bienestar general y la paz ciudadana; a los que están infectados del germen juglaresco de la parodia social histriónica que conjuga mímica y actuación en favor de la intranquilidad y una constante alteración que impide avanzar con la serenidad y dedicación que requiere la época o a los que ganan batallas con armas como la madurez, la conciliación, la virtud de escuchar, la sabiduría para definir lo esencial, la fuerza argumentativa, la visión integral y la prudencia que demandan los grandes retos.
El año 2019 no es un premio. Es el mayor de los desafíos. El camino está muy deteriorado. Quienes ejerceremos el sagrado derecho al voto, no podemos permitir que se repita la misma historia. Al que llevemos al poder, tendrá que probar antes que tiene botas nuevas para caminar en esta averiada senda; que tiene tras sí, un fuerte, unido y afín equipo de eficientes, honestos y renovados políticos y profesionales, dispuestos, preparados a engrandecer el país hacia la plena felicidad del pueblo, sembrando equidad y justicia, en beneficio de la seguridad y bienestar de todos. La herramienta del voto abre posibilidades, no es darle oxígeno al continuismo; es para superar barreras, no para tropezar con la misma piedra; para facilitar el crecimiento de la democracia, no para utilizar sus bondades a fin de alimentar apetitos personales; para avanzar, no para volver al punto de partida. Si al final salen los mismos, o los maquillados, probaremos que aún no somos conscientes del valor del voto en una democracia.
El camino está descubierto. Todo se calcinó y el óxido está en la estructura. Quienes juegan con las mismas reglas, no merecen el respaldo ciudadano. Las llamas del infierno corroyeron a muchos: a los amigos de lo ajeno, a los amantes del show, a los bufones del reino de la impunidad, a los esclavos del dinero manchado e indulgente, a los fieles esponsales de la demagogia y la mentira, a los súbditos del clientelismo. ¿Constituyente entonces? ¿Más “revulú”? No, porque también fue alcanzada por las llamas. Solo un buen bombero apagará el fuego de este infierno nuestro.
El autor es abogado