FENÓMENO CULTURAL

Corruptópolis: Fernando Berguido

Corruptópolis: Fernando Berguido
Corruptópolis: Fernando Berguido

“En busca de la legalidad perdida”. No es el título de un libro sino el nombre de un juego. Un juego que gira en torno a la corrupción. Es ingenioso y divertido. Supe de él por una brevísima reseña periodística.

Cristina Brasili es una profesora de estadística y demografía. Tiene, además, un doctorado en agroalimentación. Un día, invitada a una conferencia sobre la corrupción escuchó sobre aquella vieja barrera con la que tropiezan quienes luchan contra ella tratando de modificar la conducta de los ciudadanos. ¿Cómo lograr hacer entender a la gente común que la corrupción no es algo distante sino un peso que cargamos todos? ¿Cómo calcular el costo que paga cada uno? La corrupción es un fenómeno cultural, es un comportamiento social y por ello la educación tiene un rol vital que cumplir. Después de todo, se trata de la ecuación entre lo que unos individuos hacen y el resto tolera.

No se quedó tranquila. Terminó creando una ciudad imaginaria en la cual a los jugadores se le asignan roles.

“Al final, corrupción es la ventaja que tiene una minoría informada sobre una inmensa mayoría desinformada”–me dijo cuando la fui a conocer a la Universidad de Bolonia. Desenmascarar a esos que, además de estar informados, están bien conectados al poder y lo usan en su provecho, es la dinámica del partido.

El juego está concebido para estudiantes de los últimos años de secundaria o inicios de la universidad. Entre 20 y 30 por sesión. Cada uno recibe una carta con el oficio o profesión que desempeñará y otra, secreta, que es la facción a la que pertenece. Se busca imitar una comunidad. Habrá una facción mayoritaria, conformada por esas mujeres y hombres laboriosos y honestos.

La otra facción son los tramposos. Son la minoría, unos cuatro. Se le adicionan otros jugadores: un cómplice, un intermediario y un funcionario. Los corruptos necesitan secuaces, siempre.

Finalmente, hay un reducido grupo integrado por un juez, un policía y un periodista. Normalmente el moderador asigna este papel entre los ciudadanos honestos. Pero, puede suceder, calco de la realidad, que alguno quede en la facción de los corruptos.

El juego tiene sus reglas. Habrá obreros, empresarios, secretarias, meseros, profesionales y algún desempleado. Todos están invitados a participar y decidir los temas que afectan a la sociedad en lo que llaman la “asamblea comunitaria”.

Entonces, los jugadores cierran los ojos. Ha llegado la noche. Y en la oscuridad, los corruptos abren los ojos. Se identifican los unos con los otros. Traman en secreto sus negocios y jugadas por señas. Al amanecer, todos abren los ojos. En la asamblea, buenos y malos, debaten y denuncian. Algunos callan. Al final, hay que votar, se tiene que eliminar a un jugador, aquel que la mayoría piensa pertenece al bando de los corruptos.

Solo el moderador sabe quiénes son los honestos y quiénes, los corruptos. Cierto: los tramposos también lo saben, ya se conocen y han armado el plan. ¿Pero, cómo hará esa mayoría de jugadores, para poder decidir a quién expulsar, saber quiénes son los malos? Por allí va el juego, tal y como ocurre en la realidad.

Quiero que la doctora Brasili comparta con nosotros su iniciativa, que se juegue en nuestras aulas, como está empezando a ocurrir en la Emilia-Romaña. Acepté su invitación para ir a Bibbiano, el pueblito donde nació el queso Parmigiano–Reggiano. Un incidente mafioso había sacudido a la comunidad meses atrás. Los estudiantes jugarían en el palacio municipal, sentados en las sillas de los concejales. Las autoridades educativas y el alcalde se habían sumado a la semana anticorrupción organizada por la provincia.

Un puntaje final, que sube o baja dependiendo de si la asamblea comunitaria identificó y expulsó a los malos, o por el contrario, estos continúan libres, tiene consecuencias. Si sube el índice, el juez y el policía pueden expulsar a más de un jugador. Bajarán los impuestos y se construirán nuevas canchas. Pero si baja, se restringe lo que se puede publicar en los diarios, disminuye el número de plazas disponibles para ingresar a la universidad y se limitarán los fondos para que los atletas representen a su comunidad en los campeonatos regionales.

Tan interesante como el desarrollo del juego, lo es su final: los participantes comentan las decisiones que tomaron. ¿Qué hubieran hecho distinto de haber estado mejor informados? Verdaderas lecciones de ciencia política.

No me quedó duda de que sacaríamos igual provecho jugándolo entre adultos. Aprenderíamos muchísimo sobre las fuerzas que, sin sospecharlo, mueven los hilos de nuestra sociedad, así como lo engañoso de los prejuicios que tenemos por no estar bien informados y del costo de no hacer nada.


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