No es un desvarío ni una invención mía. Los griegos ya se habían ocupado de definir una situación muy parecida a la que estamos viviendo en Panamá; la palabra viene de kakistos: lo peor y cracia: gobierno, es decir, el gobierno de los peores, la “kakistocracia”.
Después de todo lo acontecido en estas últimas semanas en nuestro país, bien podríamos utilizar esta sonora palabra para tratar de describir el estado en que están algunas instituciones que constituyen los pilares de nuestra democracia y que producen la cadena de malas noticias que día a día nos abruman. Repasemos algunas de estas calamidades:
Un Poder Legislativo compuesto por 71 diputados a los que en apariencia todo les es permitido, inclusive hasta no presentarse nunca a trabajar, como es un caso bien conocido; una asamblea que en lugar de producir leyes para beneficio de la Nación, razón por lo que se les paga, una buena mayoría se dedicó a hacer negocios usando un decreto que inventaron en la época de Martinelli, (Decreto 394, que ni siquiera fue promulgado en la Gaceta Oficial), que les “permite” gastar y sin control millones de dólares de todos nosotros para regalarlos a manos llenas a sus clientes-electores, comprando jamones, neveras y cuanta cosa se les ocurra para asegurar su reelección. Un organismo que se ha permitido ningunear o ignorar a la Corte Suprema de Justicia, por ejemplo, ante su orden de rendirle cuentas, profundizando con su mal ejemplo el daño moral a la sociedad. Uno de los pilares de nuestra democracia, ante los ojos de todos, ha llevado a cabo un verdadero pillaje con premeditación, alevosía y ventaja, afectando gravemente la fe misma en la democracia. Lo peor, aquí no ha pasado nada.
Una Corte Suprema de Justicia, con su expresidente en prisión que, inexplicablemente, después de varios años, aún no ha sido reemplazado y que está incompleta por la falta de designación de tres de sus magistrados; con un récord de escándalos que han causado la pérdida de su autoridad y credibilidad; un sistema judicial cuestionado por sus dilatados y a veces muy dudosos fallos, como aquel que consagró el robo de la ribera de mar en Paitilla (que pertenece al país), en beneficio de los zares de la construcción y en perjuicio de todos los demás.
Una autoestima nacional por los suelos, ya que a nuestro país se le acusa por aquí y por doquier de lavar dinero, de paraíso fiscal y algunos países se han dado el lujo de ponerse de juez y parte, además de ponerlo en cuanta lista negra existe y, a pesar de todo esto y más, muy pocos han salido a defender alto y claro nuestra dignidad nacional.
Y cuando creemos que ya no es posible recibir más malas noticias, vemos horrorizados cómo en Colón, nuestra ciudad-puerta al Caribe, en ocasión de una protesta pacífica ciudadana, algunos maleantes decidieron “castigarnos” a todos, incendiando la casa Wilcox, Patrimonio Histórico de la Nación y, otros o los mismos, movidos por la pandilla o la desesperación, realizaron saqueos y quemaron vehículos estatales, causando la paralización de esa ciudad y millones de dólares en pérdidas para el país. Estos lamentables hechos me trajeron a la memoria el gran saqueo realizado esta vez por delincuentes de cuello blanco que también asaltaron las arcas nacionales como sabemos sucedió con los escándalos de Odebrecht, Blue Apple, entre otros más. Y aquí tomo prestada una frase del excanciller del Perú Rafael Roncagliolo en su reciente artículo que me parece que nos cae al pelo: “A los jóvenes y, sobre todo, a las jóvenes, les toca echar a andar para que aquí no brote pus donde se ponga el dedo”.
Las circunstancias que estamos viviendo nos obligan a hacer un alto en los forcejeos de poder que estamos presenciando, para enfocarnos en lo que es importante para todos como sociedad y convocando a un verdadero diálogo entre todas las fuerzas. ¡Todo es posible en el país de los consensos!
De no hacerlo así, para las próximas elecciones podremos esperar que aquí se repita lo que ahora sucede en países vecinos, donde los grandes desafíos y metas de la sociedad no están en el tapete del debate, sino que se han desviado hacia otros temas que no tienen la misma relevancia, donde se mezclan además lo político con lo religioso. En mi opinión, si esta situación llega a ocurrirnos, corremos el riesgo de tener como resultado un gobierno dirigido por caudillos, improvisados o por los menos aptos, los malos o tal vez los peores, o sea tendremos una “kakistocracia”.
No es hora de abrumarnos. Dejemos escuchar las voces que nos dicen que Panamá es un país hermoso, lleno de fuerza e historia, con muchos talentos y tradiciones que mostrar al mundo con orgullo y que ha sido bendecido con riquezas y oportunidades. Un país que a pesar del abuso de algunos de sus malos ciudadanos, es capaz de sacar fuerzas de flaquezas y enfrentar esta difícil coyuntura a través del diálogo y el entendimiento de todos, de manera que podamos alcanzar la visión de país que necesitamos, donde pongamos a la educación y cultura como imperativo nacional y la participación social como su herramienta, para que como verdaderos ciudadanos seamos finalmente los actores y constructores de una auténtica democracia.
La autora es antropóloga