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CRISIS DE LOS PARTIDOS

Desaliento electoral

En pocos días tendrá lugar la vigésima votación directa para presidente desde la fundación de la República (1903). En 1904, 1908, 1912 y 1916 se eligió indirectamente al mandatario de la Nación.

En 1918 se adoptó la elección directa del jefe de Estado a partir de 1920. De acuerdo con este método se escogió, ese año, al Dr. Belisario Porras.

Algunas elecciones presidenciales fueron problemáticas. En más de una ocasión, las presiones del oficialismo causaron el retiro del candidato opositor. Acusaciones de irregularidades enturbiaron los comicios de 1936, 1948, 1952, 1964 y, especialmente, 1984, cuando la dictadura militar impuso a su candidato tras un fraude monumental.

En 1989, esa misma dictadura anuló las elecciones, luego de un triunfo opositor que ahogó en votos la propuesta oficialista. La actuación arbitraria e inconstitucional del régimen militar selló su suerte y la del país, pues tras las violentas acciones de la narcodictadura contra la oposición, quedó claro que no sería posible retornar al cauce democrático por medios pacíficos.

He presenciado directamente ocho procesos electorales. Voté por primera vez en 1984, animado, como miles de panameños, por un deseo cívico de superar el autoritarismo por la vía electoral.

Para colaborar hacia ese fin más allá de la emisión del voto en favor del Dr. Arnulfo Arias Madrid, me anoté como jurado de mesa en la campaña de Guillermo (Willy) Cochez para diputado. Los desmanes de la narcodictadura frustraron la posibilidad de una restauración democrática pacífica en 1984 y, nuevamente, cinco años después.

En 1989, el Dr. Aníbal Villarreal Cruz aspiraba a un escaño en la Asamblea Nacional -como parte de la alianza que encabezaba Guillermo Endara Galimany- y sus hijas, a quienes me une un gran cariño, me pidieron que lo apoyara como jurado de mesa. Recuerdo que esa noche, tras verse vencidos, algunos esbirros de la tiranía desataron su furia contra ciudadanos y candidatos opositores. Hoy, se hacen pasar por inocentes corderitos.

Luego de la transición democrática, mi objetivo, como el de muchos panameños, fue el de aprovechar el derecho al voto para proteger y profundizar la democracia que tanto nos costó recuperar. De acuerdo con este raciocinio, el PRD -partido creado por la narcodictadura- era el principal enemigo de la democracia, por lo que resultaba necesario votar estratégicamente para impedir su retorno al poder.

Siendo que el panameñismo tenía las mayores posibilidades de derrotar al PRD, según esta lógica de preservación democrática respaldé en las urnas al Partido Panameñista. Voté de acuerdo con este criterio en las elecciones desde 1994 hasta 2014, inclusive, y participé activamente en las campañas de 1999 y 2004.

En años recientes, ha quedado claro que, si alguna vez existieron diferencias entre los partidos, estas han sido superadas por la corrupción y el clientelismo que practican y promueven todos los integrantes de la partidocracia. Esos rasgos son, actualmente, la mayor amenaza a nuestra democracia.

El clientelismo y la corrupción abren las puertas a la remilitarización, a la narcopolítica, a la perversión de la función pública y al desprecio de las necesidades populares en favor del latrocinio. A esas prácticas están asociados los partidos vigentes y las candidaturas presidenciales.

Todas responden a sus donantes (clientelismo puro y duro) y, aun cuando no pueda asegurarse que todas tienen la intención de robar, todas operan en clave mercantilista, porque solo de acuerdo con ella puede triunfarse en Panamá. Sin enormes cantidades de dinero no es posible acceder al poder y, una vez en el poder, el despropósito de la acumulación de riquezas pervierte hasta las conciencias más firmes.

No veo, en consecuencia, diferencias sustanciales entre los contendientes en esta vigésima edición de la competencia por la banda presidencial. Por ello, por primera vez desde 1984, estoy poco motivado a votar.

De la próxima elección no saldrá ninguna solución a la problemática nacional; antes bien, quien gane prolongará la vigencia del clientelismo y la corrupción por un quinquenio adicional, lo que contribuirá a agravar la situación del país y a desprestigiar al sistema político aún más.

La única fórmula democrática para revertir el deterioro institucional es la asamblea nacional constituyente, necesariamente originaria y soberana. Quizás los astros se alineen a su favor el 5 de mayo en la noche.

El autor es politólogo e historiador y dirige la maestría en Relaciones Internacionales en Florida State University, Panamá.


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