La adolescencia es una época de cambios constantes, tanto para el adolescente que ha dejado de ser un niño y que aún no es un adulto, como para los padres, que no reconocen a este nuevo hijo. Se trata de un joven que viene de una infancia en la que los padres eran los superhéroes y ahora ya no lo son, y que aspira a que la convivencia se dé con sus coetáneos y no con sus padres.
Es una época hermosa y maravillosa, pero al mismo tiempo es una época de muchas vulnerabilidades, ya que si estas preguntas no encuentran respuesta, el adolescente queda suspendido en un mundo que no reconoce y en el cual no sabe cómo conducirse. Y es aquí donde los padres debemos estar pendientes de ver cómo ellos (los adolescentes) están respondiendo ante estas tres preguntas significativas: ¿Quién soy yo? ¿Cómo me siento conmigo mismo? ¿Qué quiero en mi vida?
Un adolescente que no encuentra respuestas ante estas preguntas, y muchas más, se puede sentir solo, aislado, incapacitado, no valioso y sin sentido en la vida. Y esto es lo que le pone en una posición tan vulnerable.
¿Qué puede hacer un padre de un adolescente?
•Motivar e incentivar. Que aunque haya derrotas, uno siempre se puede levantar y seguir.
•Acompañarlos en su toma de decisiones, pero no decidir por ellos. Los adolescentes necesitan saber que pueden decidir y escoger, pero de igual forma necesitarán guía.
•Contener y estar presentes. Ellos quieren estar solos, quieren estar con sus amigos, quieren sentirse adultos y eso está bien. Pero, independientemente, ellos deben saber que estamos siempre ahí, aunque parezca que no nos necesitan.
•Establecer límites, pero dando oportunidad para negociar.
•No busquemos hijos perfectos.
Como decía Donald Winnicott (Psicoanalista, 1972), “la perfección tiene que ver con las máquinas, y las imperfecciones que son características de la adaptación humana a la necesidad, constituyen una cualidad del ambiente”. Lo que nos lleva a que reconozcamos que el crecimiento es imperfecto, y como padres debemos ser tolerantes ante esta imperfección, la cual es natural y necesaria.
•Hacerles saber que, pase lo que pase, se pueden acercar a pedir ayuda y que nosotros, como padres, siempre estaremos allí para apoyarlos.
Y habiendo explicado esto, quisiera concluir citando nuevamente a Winnicott (1981) “en el caso del adolescente no hay nada que lograr especialmente, solo crecer. El crecimiento es prioritario”.
Apoyemos, hablemos y queramos a nuestros adolescentes. Sólo así aprenderán a hacer esto con ellos mismos, también.
La autora es psicóloga clínica y voluntaria de la Fundación Relaciones Sanas.