ESTIGMA SOCIAL

Evaluación del aprendizaje

Año tras año las cifras sobre fracasos escolares alarman y hasta estigmatizan a nuestra sociedad (sociedad de fracasados). Esta situación se prolongará, mientras no cambiemos nuestra percepción de evaluación de los aprendizajes, lo que siempre se reduce a la vulgar calificación (ganar o poner una nota).

Flagelamos la dignidad y valores de las personas. Categorizamos a los individuos como cosa cuantificable: Fracasados si son de 1.0, 2.0 o D y F; como mediocres si son de 3.0 o de C; como buenos y excelentes si son de 4.0, 5.0 o de B y A. La nota constituye el todo poderoso que margina u otorga excelsitud. En este sentido, sería bueno indagar los antecedentes académicos de nuestros presidentes, diputados, magistrados, directores de instituciones, etc. ¡Nos sorprenderíamos!

Si nos detuviéramos a hurgar en la vida y promedios escolares de Albert Einstein o Walt Disney, entre muchas notables personalidades, nos daríamos cuenta de la severidad de nuestros juicios sobre la educación panameña. Con frecuencia, culpamos a nuestro Sistema Educativo, pero el término sistema nos involucra a todos, pues su arteria carótida son los valores de nuestra sociedad.

Dieciséis años de experiencia docente me dibujan una sociedad que abusa del examen y la nota como medios de evaluación. Ello, sin escatimar, que los exámenes o pruebas constituyen una milenaria praxis china de génesis ajena a la pedagogía. La nota “juzga sumaria y concluyentemente un proceso continuo y no da cuenta de las fortalezas y las debilidades del aprendizaje del alumno… porta una pobre información sobre el aprendizaje de los estudiantes” (MG. Pérez, 2000). “La nota no representa el saber” (Álvarez Méndez, 1993).

“En consecuencia la orientación del proceso enseñanza aprendizaje se distorsiona o subordina a los resultados: se aprende y se enseña en función del examen, para aprobarlo. Lo que interesa es la nota” (M. González, 1999). En el peor de los casos, la simbiosis examen-nota confiere compulsiva distorsión al aprendizaje, hasta alcanzar connotación peyorativa y convertirse en mecanismo inquisidor de los individuos y su aprendizaje.

No me considero libre de culpas ni mucho menos dueño de la verdad absoluta. Pero, carecemos de una conciencia plena acerca del alcance de la evaluación, de sus funciones y de su aplicación, sobre todo en el proceso enseñanza-aprendizaje. Todo nuestro quehacer es objeto de evaluación, de ahí que se considere una actividad humana. Entendida la evaluación como construcción histórico social, precisamos entonces, de una verdadera evaluación de nuestra realidad que permita redireccionar y reinventarnos en evaluación y educación desde la conciencia social real, en correspondencia con nuestras aspiraciones como país; más allá de pretender imitar los modelos educativos de países que encabezan el ranking en las pruebas PISA, según la Organización para la Cooperación y Desarrollo Económicos.


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