En su escrito “Los impuestos que el mundo necesita” (20 de mayo de 2018), el periodista español Miguel Ángel Vega, del diario El País, hace un examen balanceado del fracaso de la OCDE como policía fiscal del mundo y de la necesidad de crear nuevos tipos de impuestos (que reflejen la realidad del siglo XXI). Señala directamente a los paraísos fiscales europeos, en especial a Luxemburgo, al que llama “la estrella de la muerte del secreto financiero”, y a las cuatros grandes (Big Four) empresas de auditoría de participar en esquemas de elusión fiscal.
Vega reproduce las palabras de Alex Cobham, director de Tax Justice Network: “La enorme complejidad de las operaciones globales de las multinacionales, junto a la voluntad de las Big Four [KPMG, PwC, Ernst & Young y Deloitte] de crear y vender estructuras que separan la tributación de las ganancias de los lugares donde de verdad se desarrolla la actividad de la compañía, ha llevado a una situación en la que incluso el Fondo Monetario Internacional (FMI) reconoce que las normas de la OCDE no sirven a su propósito”.
Las normas de la OCDE no sirven a su propósito porque son hipócritas, porque van en contra de la competencia fiscal y, además, porque son producto del pensamiento de burócratas interesados en mantener sus puestos de trabajo, sus salarios libres de impuestos y el bienestar de los países ricos solamente. Las muertes por hambre, enfermedad o pobreza en África o en América Latina les importan un bledo a los ejecutivos de la OCDE. Su motivación es falsa, egoísta, hipócrita y patética.
Pero debemos aceptar que la OCDE ha sido efectiva en generar una especie de odio hacia los que -con trabajo, sudor y lágrimas- han convertido sus inversiones en riquezas y que no consideran justo que estas sean gravadas excesivamente por gobiernos ineficientes y corruptos (los llamados infiernos fiscales) que buscan mantener a su base de votantes con subsidios y dádivas mientras culpan a las multinacionales de todo mal que aqueja su sociedad.
Continua Vega: “Toda esa ira la han despertado en los últimos meses las grandes compañías de la revolución digital, que han encontrado en multitud de territorios con una tributación ínfima (Luxemburgo, Irlanda, Bélgica, Holanda) su particular patio de recreo. El daño es profundo. Los países europeos perdieron 5,400 millones de euros entre 2013 y 2015 en impuestos de Google y Facebook, porque diluyeron sus beneficios a través de esas jurisdicciones. Y es que siempre parece haber un país dispuesto a ofrecer una mejor arcadia fiscal que la anterior”. Una prueba más de la competencia fiscal que la OCDE y la Unión Europea no aceptan existe en su continente.
Pero quizás el aporte más interesante del escrito de Vega es señalar la necesidad de una nueva clase de impuestos que, más que castigar a los países que compiten fiscalmente, ofrezca la posibilidad de gravar a los instrumentos financieros artificiales, que además de ser un peligro para el sistema financiero mundial, no aportan valor tangible a la sociedad. Se refiere a los derivados y swaps, a los valores sintéticos que llevaron a la crisis financiera de 2008-2009 que solo sirven para engrosar las carteras de unos cuantos banqueros. Es un impuesto a los instrumentos que Warren Buffett llamó, en 2002, “armas financieras de destrucción masiva”.
Y para no perder la costumbre: Francia. El país más crítico de nuestro sistema fiscal y que más daño le ha hecho a Panamá, ahora exalta la demagogia del presidente Macron. El New York Times del día 23 de mayo de este año, bajo la pluma de Liz Alderman, informa que Francia se quiere convertir en un Silicon Valley europeo y que su joven presidente ha prometido convertir al país galo en una nación de emprendedores tecnológicos (Start Up Nation). Es que es un crack este tío Macron.
¿Pero, cómo podrá lograr este objetivo de atraer billones en inversión e investigación cuando hay otros países que compiten por esas mismas industrias e inversiones? ¿Será el euro, su elegante idioma, su conectividad, la capacidad intelectual de sus profesionales o su savoir- faire? No. Sencillamente, Francia está ofreciendo créditos fiscales de aproximadamente cinco billones de euros, unos US$5,750,000,000.00, a las empresas que se establezcan en su suelo.
De repente, siguiendo la astucia gabacha, Panamá debe ofrecer créditos fiscales a las empresas de investigación y no tasas impositivas bajas y, así, seguimos el modelo francés de atracción de inversión extranjera directa evitándonos los desplantes de la OCDE.
Finalmente, Bloomberg reporta que la Unión Europea pondrá a Estados Unidos en su lista negra de paraísos fiscales en 2019 si no accede al intercambio fiscal automático que exige la OCDE. No pierden el sentido del humor los europeos. Trump seguro estará temblando.
El autor es abogado

