TESTIMONIO HISTÓRICO

Gesta de 1964: curiosa experiencia

Meses antes de que fuese asesinado en noviembre de 1963, el expresidente John F. Kennedy dictó un decreto ejecutivo para que la bandera panameña ondeara en los sitios en que lo hiciese la de Estados Unidos en la Zona del Canal. La desobediencia de ese decreto por las autoridades de la antigua colonia dio lugar a que, en gesto patriótico, estudiantes del Instituto Nacional marcharan hacia la Escuela Secundaria de Balboa el 9 de enero de 1964, enarbolando la bandera panameña para que fuese izada al lado de la estadounidense en ese plantel.

A la postre, llegado de mi natal Australia, trabajaba como periodista en el diario El Panamá América (versión inglesa), que se editaba en un edificio de la calle H, muy cerca de la Ave. 4 de Julio (hoy Ave. de los Mártires), misma que fuese escenario de la masacre cometida por tropas estadounidenses contra los jóvenes que exigían el cumplimiento del decreto impartido por Kennedy. Tarde el 9 de enero, me asomé al balcón y, al observar varios carros en llamas muy cerca de la calle J, pensé que se trataba de un accidente. Bajé, y mientras caminaba para allá observé a personas corriendo hacia la zona. Después de unos minutos regresé a la oficina, en donde me enteré de lo que ocurría; compañeros de redacción me aconsejaron que, debido a mi apariencia anglosajona, pernoctara en el periódico al terminar mi faena.

Temprano al día siguiente, ante la necesidad de una ducha, decidí caminar hasta mi apartamento, localizado en un edificio de calle Estudiante. Pero luego de unos 100 metros fui interceptado por un grupo con objetos contundentes. Deduje que si huía me atacarían, de manera que les sonreí y les dije “buenos días”, sin detenerme. Me respondieron cortésmente, me abrieron camino y seguí hasta mi casa, en donde tomé un baño rápido para regresar al diario.

Mis colegas Ricardo Lince y Cristóbal Sarmiento, director y jefe de redacción de El Panamá América, y mi jefe inmediato, David Constable, observaban desde el balcón y adoptaron mi angustiosa experiencia como fuente de futuras bromas. Ese día, de tiempo en tiempo, salía al balcón para fumar y escuchar la balacera. Desde Panamá se oían ocasionales disparos de armas de bajo calibre, pero desde la Zona del Canal se escuchaba el retumbar de armas de guerra. Un impacto sobre el balcón que produjo una lluvia de trozos de concreto concluyó mis viajes al balcón. Debido a nuestra ubicación cercana al teatro de los acontecimientos, reporteros locales y extranjeros solían llamar al periódico. Constable me refirió una llamada del New York Daily News, al que le describí la situación social comparando el lujoso estilo de vida en la Zona con las casas brujas y la impactante pobreza de Hollywood (Curundú), separadas por una cerca de ciclón. A los minutos me llamó de vuelta el editor del Daily News para indicarme que fuentes estadounidenses negaban mi reporte; le ofrecí enviarle fotos (en esa época no había internet), pero me respondió que confiaba en mi versión.

Posteriormente, Constable me pidió que lo acompañara en un recorrido junto a un panameño que tenía la misión de aclarar a quienes intentaran atacarme que yo no era gringo. Nos dirigimos al Palacio Legislativo, muy cerca del edificio de Panama American Airways, que ardía en llamas. La policía permanecía encuartelada, lo que fue aprovechado por los maleantes para saquear los bares cercanos.

Nos dirigimos al hotel Panama Hilton, cuartel de la prensa internacional, desde donde se transmitían despachos, no siempre reales, sobre los acontecimientos. Uno de ellos describía cómo “una airada multitud marchaba por la avenida Balboa para atacar la embajada de Estados Unidos”. Cuando concluyó, Constable le dijo en inglés que venía del área y no había tal marcha, y que lo único que vio fue ambulancias llevando heridos y muertos al hospital Santo Tomás. “¡Oh no!”, se apresuró el reportero al tomar de nuevo el teléfono. “La multitud que se dirigía hacia la embajada ha sido desviada por la policía a una calle lateral”, corrigió, olvidando que esta se hallaba encuartelada. De vuelta a El Panamá América, un vecino se acercó para decirme que un grupo había ido con una soga hasta el edificio en donde vivía, con la intención de ahorcarme. En realidad buscaban al editor neozelandés del diario, Ted Scott, quien había reportado a NBC Radio, falsamente, que dos gringos habían sido linchados en Chiriquí. Para mi fortuna, los vecinos le explicaron al grupo la realidad, y que Scott vivía en la calle Darién. El grave error le costó a este la cancelación de su visa de residente.

La agresión estadounidense inspiró al presidente Roberto F. Chiari a romper relaciones diplomáticas con Estados Unidos. Estoy convencido de que si no hubiese asumido esa patriótica actitud, es muy probable que el sacrificio de los mártires hubiese sido en vano, y los panameños no hubiésemos recuperado el Canal y la antigua colonia. Contrasta su valiente actitud con la del actual gobierno, en el caso que afecta a los diarios La Estrella de Panamá y El Siglo. Pareciera que los políticos han perdido el orgullo nacional, para ceder al hostigamiento de Estados Unidos y de otros países. ¡Qué pena!


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