Tenemos un renacimiento propio de los adjetivos que no se despilfarran, los dioses que no se inventan y los mesías que no se callan. De allí nace una generación pragmática que busca lugar sobre la tierra, ya no bajo el sol enceguecedor del trópico o de la nieve descarnada de los Andes, sino en las sucias y laberínticas ciudades latinoamericanas y sus historias. A pesar de la internet, se busca y se encuentra en los periódicos, la única y auténtica verdad porque las palabras se las lleva el viento. Lo escrito, escrito está.
Somos exploradores de la pluma. Hablamos de la familia, de las tensiones entre los sexos, y de una necesidad de héroes gigantes en unos tiempos enanos en donde las historias de los hombres y de las mujeres, casados y casadas, transcurren en una región blanda si se compara con la tierra agreste que debió dominar. Tierra, ahora, poblada de automóviles, electrodomésticos, tazas de té con huellas de labios rojos, mujeres de bluyines apretados, cafés cálidos en medio de noches lluviosas, hoteles anónimos, aviones que no se estrellan. Drones que los conducen. Memes que ilustran las caricaturas en un instante con nuestras computadoras de bolsillo. A lo rápido, rápido.
La vida en sí misma permitió entrar a este realismo mágico, el exotismo tercermundista, el tufillo de manifiesto político. La vida en sí misma es un tema, el tema más grande, y por eso no vale la pena adornarla. No hay disecciones. No hay radiografías sociológicas: solo el color de la vida al ritmo de los días anónimos. No hay supermanes, ni siquiera mujeres maravillas, pero vale la pena seguir adelante. Cuando escribimos no podemos rehuir la profundidad intrínseca de nuestro tiempo. Por ello, trato de hacer una linda frase que suene bien, que sea inteligente y que nos invite a reflexionar sobre nuestro ADN.
La búsqueda de identidad, de padre y de madre, de memoria, de raíces en un universo de inmigrantes asentado en un país como Panamá que va a pique y se levanta como perro cuya agresividad siente al tirarle un gran cubo de agua. Lo asimila. Sacude su cuerpo, pero, el animal huye para que esta escena se borre y busca tranquilidad en su propio hábitat.
La vida no es una permanente enunciación de grandes principios. La vida también es la cobardía de desear a una mujer o a un hombre simplemente por sus atributos materiales. Desilusión por los fracasos sexuales. Encontrar el dinero en paraísos fiscales. Sin embargo, nuestra gran obsesión es buscar y encontrar, en nuestros escritos, un motivo para vivir bien. Así, lo pequeño tiene la grandeza de continuar la vida. Allí, en ese lugar chiquitito, nunca se tira la bomba atómica, no hay que tirarla con los canillitas que solo reportan, muy temprano a sus lectores, el diario acontecer globalizado. Felicitamos a Luis Casís por su gran labor social.
Reordemos lectores:los canillitas tienen que trabajar contra el reloj. Ellos son héroes gigantes en tiempos enanos.
La autora es educadora jubilada

