A Julio E. Linares le tocó asumir el cargo de ministro de Relaciones Exteriores tal vez en las circunstancias y en el momento más difícil para canciller alguno en nuestra vida republicana. El recientemente instalado gobierno de Guillermo Endara tuvo que hacerle frente a una inmensidad de problemas heredados de la dictadura, luego de que Manuel Antonio Noriega fuese llamado a juicio por narcotráfico en Estados Unidos; del cierre de los medios de comunicación social; del desconocimiento del triunfo indiscutible de la ADO Civilista y posterior anulación de las elecciones; de la conocida “Masacre de Albrook”; de la declaración de “estado de guerra” contra Estados Unidos, y, por supuesto, de la invasión militar norteamericana a suelo istmeño, que además condujo a un saqueo de proporciones inimaginables.
Criminales asilados en embajadas, arcas del Estado totalmente vacías, valores cívicos y morales deteriorados, imagen internacional totalmente destruida, corrupción institucionalizada; en fin, sería interminable la lista de vicisitudes que le dejaron al país los militares y colaboradores civiles del proceso revolucionario, que tuvo que afrontar el nuevo gobierno, y muy en especial Julio E. Linares desde la Cancillería.
Al llegar la democracia, Panamá vuelve poco a poco a ganarse la estatura, el aprecio y la aceptación internacional. Entre los logros de la administración Endara en su política internacional, liderada por Linares, podemos recordar la inclusión de Panamá en el proceso de integración centroamericano; la implementación de los programas “Fuertes caminos” y “Cosecha de la amistad”; el Tratado sobre Asistencia Legal Mutua en asuntos penales; la acogida a través del Decreto No. 364 de 1990 de la “Doctrina Betancourt”; la normalización total de nuestras relaciones diplomáticas con la comunidad internacional en general; nuestra participación permanente en foros internacionales; la celebración en nuestro país de la XIII Cumbre de Presidentes del Istmo Centroamericano; la creación de la Autoridad de la Región Interoceánica; la firme decisión de no negociar un tratado de bases ni tratados de intercambio de información fiscal; nuestra reincorporación al Grupo de Río, y, por qué no decirlo también, la celebración en 1994 de unas elecciones generales limpias, y en las que se acepta con hidalguía el triunfo de la oposición.
Sobre la invasión recordaría Linares que “ … tanto el presidente Endara como los vicepresidentes Ricardo Arias Calderón y Guillermo Ford Boyd, siempre se pronunciaron enérgicamente durante toda la campaña electoral y después de ella, en contra de cualquier acción militar de Estados Unidos de América en Panamá. Ni a ellos ni al gobierno que preside el presidente Endara se puede imputar, por consiguiente, la acción militar aludida, debida a la persistencia de Manuel Antonio Noriega en mantenerse a cualquier costo en el poder, a la forma torpe y temeraria como Noriega pretendió desafiar y provocar el poderío militar de Estados Unidos, y a la incapacidad manifiesta de la Organización de Estados Americanos en encontrar una fórmula que hubiese contribuido a liberar al pueblo panameño de la dictadura militar a la que había estado sometido por veintiún años”.
Julio E. Linares falleció en funciones de canciller de la República el 27 de octubre de 1993 en la ciudad de Nueva York, cuando representaba a la República de Panamá ante la Asamblea General de Naciones Unidas celebrada aquel año.
El autor es abogado

