“Es curioso que en Estados Unidos se medique al 14% de los niños cuando el trastorno de hiperactividad con déficit de atención afecta solo al 6%. Y que un alto porcentaje sean negros, chicanos o hispanos”, dice el psicoanalista José Ramón Ubieto en su libro THDA, hablar con el cuerpo. En España, las prescripciones de antidepresivos han aumentado 200% entre 2010 y 2013. Hace poco se celebró una jornada de recogida de medicinas para personas en riesgo de pobreza y exclusión social en la comunidad de Madrid bajo el lema “Da un medicamento a quien lo necesita”.
El acceso a las medicinas no se corresponde con la necesidad de estas, sino con tener el dinero para pagarlas. Y la necesidad es muchas veces consecuencia de las condiciones sociales, familiares y educativas de las personas. Si un medicamento nuevo sale al mercado, las farmacéuticas justificarán su alto precio en una costosa investigación. La cuestión que planteó un representante de Pfizer en un debate sobre este asunto fue “¿Cuánto estarían dispuestas a pagar las familias por un fármaco que paliase los efectos del Alzheimer?”. Da igual que en la web oficial de Pfizer exista un apartado especial dedicado a la salud como derecho fundamental.
La reciente subasta de medicamentos genéricos en Andalucía dio lugar a una polémica que va más allá de que los seleccionados sean medicamentos asiáticos o de Europa del Este y no de laboratorios españoles. Según médicos, farmacéuticos y pacientes, son menos efectivos e incluso que tienen menos garantías: uno de los elegidos por la junta es el ácido alendrónico de laboratorios Ranbaxy, entre los 33 genéricos que se comercializan en Europa con datos falseados en ensayos.
Para Juan José de Torres López, farmacéutico andaluz, los andaluces se convierten en “enfermos de segunda” si no pueden pagar una atención médica privada. R.G., también farmacéutico, dice: “Ninguno de mis clientes médicos, cuando vienen por medicinas para ellos, se llevan los de la subasta de la junta”.
Pero según el director y fundador del Nordic Cochrane Center, Peter Gotzsche, la idea de que la sanidad pública y la industria farmacéutica tienen objetivos comunes se debe a la publicidad engañosa. Para él, la artificiosidad, el consumo excesivo y la ocultación de las consecuencias negativas de los medicamentos los situarían como la tercera causa de muerte, después de cardiopatías y cáncer en países desarrollados. Un problema que concierne a todos, incluso a quienes pueden pagar las medicinas.
