El filósofo salvadoreño Alberto Masfarrer se refirió, hace más de 100 años, a la necesidad de alcanzar consensos básicos sociales -lo que denominaba el minimum vital- como fórmula para dar satisfacción constante y segura a las necesidades primordiales de una nación.
El país acaba de asistir al acto más trascendental de la democracia como forma de gobierno, el derecho a elegir y ser elegido. Los panameños se organizaron y lograron un cambio de gobierno, una Asamblea Nacional distinta y un importante relevo en alcaldías y nuevas caras para los cargos de representantes.
Superada esa etapa de la vida institucional, lo que queda por delante es darle tracción a las promesas de campaña y alinear al país en una orientación distinta a la apatía, la incertidumbre y el hastío en que ha estado sumido en el quinquenio que se va. Las autoridades que llegan deben recuperar la fiabilidad en la política y en las instituciones del Estado.
Es el tiempo para devolverle autoridad a la política por encima de los políticos sin autoridad, la moral a la política, ante los políticos sin moral. Y romper el tabú de que es imposible ejercer la política con manos limpias.
Las nuevas autoridades tienen todo a su favor para establecer un nuevo acuerdo nacional para corregir el rumbo del país y lograr compromisos serios y alcanzables entre gobernantes y gobernados. Eso se logra abonando el centro político, el más favorable a las concertaciones, para corregir la actual deriva institucional y poner las bases para la refundación democrática de Panamá. La democracia no hay que inventarla. Lo que hay que hacer es fortalecerla para que resuelva las necesidades sociales y económicas de la mayoría, y sacarla del claustro en que se ha convertido como gobierno de grupos poderosos y en beneficio de unos pocos.
Como señales inmediatas, y en sentido práctico, las nuevas autoridades deberían incorporar a su equipo de gobierno a prestigiosas personalidades independientes y figuras políticas más allá de las fronteras del PRD, que den un mensaje de inclusión. Conformar, al mismo tiempo, comisiones de alto nivel para tratar temas como la actual situación financiera, las proyecciones del endeudamiento público, los compromisos diplomáticos heredados y el papel de Panamá en el escenario internacional.
En la lista destacan también, por citar solo algunas, las reformas constitucionales, la futura expansión del Canal, la provisión de agua para esa vía interoceánica y el consumo humano, los cambios radicales en educación, salud, planificación de infraestructuras, promoción del turismo, el rescate del agro y la generación de empleos de calidad.
En esa ecuación un ingrediente indispensable es recuperar la confianza y el optimismo en las acciones del gobierno por parte del sector privado, local y extranjero, como fórmula esencial para el éxito del nuevo gobierno.
Panamá posee una rica diversidad, en lo político, sectorial, religioso y social. Si se trabaja en un marco de acuerdos, en la convergencia de voluntades y en el impulso de políticas para superar el fraccionamiento del presente y generar oportunidades colectivas, el futuro está asegurado.
Es tiempo de que el espíritu de armonía y tranquilidad sobrevuele los cielos panameños. El país reafirmó, en las recientes elecciones, un contrato consigo mismo, con valores que están más allá de las divisiones que algunos procuraron alimentar con rencores que anidan en los pliegues de su propia versión de la historia.
Hay que construir un tiempo nuevo para el país. El nuevo gobierno que presidirá Laurentino Cortizo tiene todo el camino por delante para -en su andar- llevar a Panamá hacia la estación del reencuentro, la amistad cívica, el respeto mutuo como el único sendero posible hacia un futuro común y venturoso.
Sin duda que algunas de sus primeras acciones de gobierno significarán costos políticos, pero el país exige estatura y temple para restaurar un liderazgo moral y emprender las tareas que demanda con urgencia el momento actual.
En la base está la construcción de instituciones que aseguren el bienestar de la sociedad en general. Cortizo tiene frente así la oportunidad para sacar a relucir la verdadera riqueza del país, la creatividad de su gente y rescatar el valor intrínseco de la política como servicio.
Los nuevos tiempos por los que aspira Panamá contemplan mantener viva la esperanza porque finalmente triunfe la convivencia fructífera y se imponga un clima social y un espíritu diferente, que depare al país horas más gloriosas que las actuales.
El autor es periodista.
