BONANZA Y SEQUÍA

Panamá y el ciclo económico: Joaquín de la Guardia

Aunque las cifras oficiales no lo reflejan, el comentario incesante en la calle es que la economía se ha deteriorado. Hay mucha evidencia anecdótica de que tal o cual negocio está abajo tanto por ciento y, en muchos sectores, la merma en la actividad es visible. Mucha gente ve esto como una pausa temporal antes de que volvamos al crecimiento vigoroso de hace unos años. Otros culpan al gobierno actual de haber ocasionado este estado de cosas por su supuesta lentitud, a los papeles de Panamá o al caso Waked. Ninguna de las anteriores.

Hay que tener presente que la condición económica de los países se caracteriza por la impermanencia. Y el crecimiento acelerado no es común, mucho menos mantenerlo por periodos largos. Esto último vendría siendo tan inusual como un unicornio. Y es que el mismo crecimiento en sí va sembrando las semillas de un futuro estancamiento. En términos de complacencia, excesos de todo tipo y malas políticas económicas. Aparte de que crecer y competir es cada vez más difícil en la medida en que los ingresos de un país ascienden. El crecimiento es función de aumentos en la fuerza laboral y la productividad; que la misma producción que antes requería 10 trabajadores ahora se logre con 8. Esto no es fácil de lograr. Es por ello que muchos países se van décadas enteras sin crecimiento alguno o, peor aún, echan para atrás en sus niveles de desarrollo.

El ciclo económico es parte integral del capitalismo y ningún país lo ha podido erradicar. Al tener los actores económicos bajo este sistema de amplia libertad para invertir, gastar y contratar préstamos. Y siendo la psicología humana como es, propensa a excesos de optimismo y pesimismo. Las economías capitalistas fluctúan inevitablemente entre periodos de bonanza y “sequía”.

Volviendo al caso de Panamá, es evidente que gran parte del alto crecimiento, por no decir consumo, de los últimos años estuvo compuesto por factores cíclicos o no sostenibles. Es decir, que más que generarse nuevas fuentes de riqueza, se consumió parte del patrimonio nacional e ingresos de periodos futuros por medio de préstamos.

Partiendo de un nivel económico bajo en los años 90 del siglo pasado, después de un largo estancamiento, recién recuperada la democracia, con un país que estaba barato, falto de inversión en muchos sectores, con un sector bancario pequeño y apenas debutando en los mercados financieros después del impago de los militares. Todos los indicadores apuntaban en aquel entonces a una expansión prolongada. Luego, con la recuperación del Canal y las valiosísimas “áreas revertidas” se encendió aún más la llama del optimismo, que luego se iría convirtiendo en euforia con el círculo virtuoso alcista, la megaobra de la ampliación, la masiva inmigración de trabajadores de países vecinos y las bajísimas tasas de interés en el mundo. Finalmente, alcanzando niveles de fiebre con el irresponsable y procíclico gasto público del gobierno anterior.

El resultado de todo esto fue una afluencia de capitales de proporciones épicas. Un aumento dramático en el endeudamiento público y privado. Grandes excesos de inversión en diferentes sectores. Principalmente, bienes raíces, donde se construyó en un periodo corto un enorme inventario que va a tomar muchos años absorber. Y es que en una economía en un momento determinado, solamente hay un número limitado de buenas inversiones. Si todo el mundo quiere invertir a la misma vez, el resultado son muchas inversiones malas. Adicionalmente, está el gravísimo efecto inflacionario de este frenesí, producto del cual Panamá se ha convertido en un país caro. Sin la posibilidad de hacer un ajuste rápido, vía devaluación, para restaurar su competitividad, como lo han hecho nuestros vecinos. Por último, el dañino efecto de estas señales económicas distorsionadas sobre la población y nuestros gobernantes. Que nos han hecho pensar que somos un país más rico de lo que en realidad somos en este momento, lo que nos ha llevado a gastar y endeudarnos más allá de nuestras posibilidades. Todos estos factores vienen siendo “viento en contra” para la economía. Un escenario exactamente opuesto al de los años de 1990, cuando se inicia esta expansión. Es una fiesta en la que ya el reloj marcó la medianoche.

Como vemos, este no ha sido un ciclo normal, sino la mayor bonanza económica en la historia de nuestra joven nación. Algo irrepetible, tal vez la versión panameña de los roaring 20 (los locos años 20). ¿Qué vendrá en el futuro? Nadie lo sabe con certeza, solo tenemos indicadores y probabilidades, basadas en cientos de episodios similares que recoge la historia. Como mínimo, podemos decir que el Gobierno actual encontró la mesa servida para una desaceleración económica y la insatisfacción ciudadana que va de la mano.

Pero no hay que desfallecer, Panamá es un país con grandes potencialidades y un gran futuro a largo plazo. No obstante, el dolor de la parte baja del ciclo económico se puede mitigar, pero no eliminar del todo. Lo importante es regresar a expectativas más realistas y que el descontento temporal no nos lleve a perder el rumbo. A adoptar medidas populistas, distorsionadoras y empobrecedoras. O peor aún, a elegir a los políticos demagogos y antisistema que están ganando popularidad en tantos países.

No hay bala de plata, solo queda insistir en las libertades económicas, fortalecer las instituciones y promover reformas favorables a la inversión. Y con esto, el ciclo económico más temprano que tarde volverá a apuntar hacia arriba.


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