El discurso del 45to. presidente de Estados Unidos ante la Asamblea General de la ONU no deja de ser una interesante pieza retórica que proyecta el devenir de la política exterior de Washington (o de la Casa Blanca de Donald Trump) en la era del magnate convertido en político, con pretensiones de estadista.
Se podría hablar de una doctrina Trump, la cual no es tan original como aparenta. La misma tiene fuertes reminiscencias del orden westfaliano establecido por los poderes centrales europeos en 1648. Esa creación de ingeniería político-diplomática dio origen al moderno sistema de estados que hoy conocemos, teniendo a la nación-estado como actor central del mismo. El Estado, como actor central y supremo sigue vigente en la era de la globalización en su fase de, pudiésemos decir, nacionalismo ilustrado o egoísta, tal como lo esbozó el presidente Trump, con su notoria frase: ¡América Primero!
En su perspectiva egocéntrica, el presidente Trump decanta su visión de soberanía westfaliana en lo que se ha dado en denominar realismo basado en principios (principled realism, en inglés), una especie de amalgama teorética de realismo e idealismo neoliberal (idealismo realista). En este esquema, los Estados soberanos coexisten de acuerdo a normas preestablecidas desde la entidad/unidad del estado-nación hacia el sistema multilateral interestatal. En síntesis, se trata de la supremacía de la unidad estatal en detrimento y/o degradación del sistema multilateral; la cuota de soberanía delegada del Estado al sistema de gobernabilidad mundial se reduce notablemente. Pero esto tiene sus contradicciones implícitas.
El solo hecho de que el presidente de Estados Unidos vocee al mundo su visión nacionalista desde la tribuna universal de la Asamblea General de las Naciones Unidas, revela la incoherencia y falencias de la política exterior del realismo con principios. Esta se reduce a una visión utópica de un mundo globalizado donde el unilateralismo es la peor prescripción para confrontar las amenazas emergentes, preocupaciones y desafíos multidimensionales a la paz y seguridad internacionales.
Precisamente, para confrontar situaciones relacionadas con proliferación nuclear y desarme (Corea del Norte e Irán) o democracia versus socialismo autoritario (Venezuela), es vital incrementar la cooperación interestatal –la unidad central del sistema en el orden multilateral. En tiempos en que la globalización es contrarrestada por los ismos, el realismo trumpiano socava aún más el ya precario orden internacional pos-Guerra Fría. Siendo fundador del sistema posguerra de Naciones Unidas, Estados Unidos no puede, ni debe desvincularse de su progenie en términos de real politik.
Teniendo a Estados fracasados o truhanes en el sistema, este tipo de sustentaciones ideológico-políticas a ultranza, más bien debilitan los mecanismos universales para confrontarlos; en adición a sensitivos temas de la agenda global conspicuamente sin referencia en el discurso-debut presidencial.
Así las cosas, la incoherencia retórica del unilateralismo de la Casa Blanca devela más bien un nacionalismo poco pragmático y con insuficiente dosis de realismo global. Ante tal escasez, los principios y valores universales son invertidos en nombre de una soberanía reminiscente de una pax westfaliana, más bien en sintonía con el ego de su portavoz y en peligroso antagonismo con la realidad de nuestros tiempos.
El autor es analista de relaciones internacionales y economía política
