Si este último debate fuese un cuento sería Casa tomada, de Julio Cortázar. Aquellos ruidos sordos fueron tomando la casa, como recordaran, y fueron empujando a sus habitantes, un hombre y una mujer, a ir cerrando y desalojando partes de la misma hasta quedar literalmente fuera de ella.
Propuestas sordas, promesas sin sustento económico, reproches por pretéritas gestiones gubernamentales o sindicales, sueños de país con pocas posibilidades de llevarse a cabo. Proyectos de constituyentes, diagnósticos de los problemas, libritos que son programas de gobierno exhibidos como una garantía. Unos confirmaron no ser como sus predecesores en el partido. A los independientes se les reprochó no serlo tanto.
Cada tema se fue cerrando por el ruido de las propuestas como las habitaciones de la casa del cuento, una casa “espaciosa y antigua” que alberga la memoria de los antepasados, de ellos mismos: una casa que bien puede representar un país, el nuestro, infectado desde hace tiempo por estas presencias ruidosas que se llaman políticos corruptos o ratas, a todos los niveles.
Un debate que fía todo al resto de los días que quedan hasta las elecciones, en los que seguirá el ruido de propuestas, de reclamos, de posibles fusiones de candidaturas. Días en los que haremos bien en leer a fondo los planes de gobierno, recordando que todos, de una u otra forma, han estado dentro del sistema. Al final del cuento, ya fuera de la casa, el hombre tira la llave a la alcantarilla.
Queda la esperanza de que entre estos siete, uno dé con el modo de recuperar la casa tomada, que sea capaz, con el buen hacer y la visión amplia, de abrir las puertas y ventanas y airear de tanta corrupción nuestras instituciones. Si no recuperamos la casa, la ocuparán para siempre el clientelismo, el “juega vivo” y los entusiastas de la ignorancia. Las ratas habitarán cada rincón y no habrá ningún cuento que nos salve, ni siquiera El flautista de Hamelín.
El autor es escritor
