Hace poco se hizo referencia al Diccionario de la Lengua Española, por su definición moderna de “corrupto”: “Que se deja o ha dejado sobornar, pervertir o viciar” y de “corrupción”, entre otras dice: “En las organizaciones, especialmente en las públicas, práctica consistente en la utilización de las funciones y medios de aquellas en provecho, económico o de otra índole, de sus gestores”.
Aprendiendo de la etimología y la realidad que vivimos, es indudable que la corrupción va mucho más allá de sacar provecho del Estado, utilizando las influencias o la posición de poder. “Corrupto” resulta ser más una palabra compuesta: co-rruptus. La primera parte, nos indica que existe la intervención de al menos dos participantes: el que corrompe y el que deja corromper, y la segunda indica que su acción rompe con el orden, la verdad, la honestidad, y con la confianza mutua y la de terceros.
La corrupción entra en nuestras vidas prácticamente desde que tenemos algún uso de razón. ¿Cuántas veces alguien en casa se aplaudió o consideró, como una gracia, que un niño tomara algo de una tienda sin pagar? ¿Cuántas veces esos familiares, luego del “espectáculo”, se dan cuenta del hecho y tras aleccionar al niño sobre lo indebido del acto lo llevan a la tienda para que devuelva el objeto, se disculpe y pidan perdón –tanto el padre como el niño– al dueño o gerente de la tienda? Cuando condonas estos actos nutres la semilla de corrupción.
Y qué decir de la escuela, cuando te enteras de que tu hijo (a) no estudia, no hace la tarea, ni siquiera abre el cuaderno o el texto escolar, pero viene con notas excelentes. Puede que creas que es un genio, hasta que un día te llaman para que te reúnas con los maestros y el director, y te informan que tu niño se copia, plagia y baja todo de internet, sin hacer nada por sí mismo; o que obliga o le paga a otros compañeros para que le hagan la tarea o incluso que le paga a un servicio de internet para que le hagan reportes sobre libros o le resuelvan la tarea de matemáticas. Inclusive, ha pasado que el niño o el joven le ofrece dinero a un maestro para que le cambie la nota de un examen. También, hay maestros que le piden dinero, y quién sabe qué otro favor, para cambiarle la nota.
Hay colegios en que los estudiantes han llegado a chantajear al profesor con falsas y temerarias acusaciones, sin ninguna prueba, o peor, fabrican pruebas con terceros para conseguir que les cambien una nota, y no fracasar el año. No es que esto ocurra ahora, viene sucediendo desde hace muchas décadas.
Hechos como los descritos no solo ocurren en los colegios, sino hasta en las universidades, porque la corrupción generalizada no acaba ni disminuye, sino que se incrementa, se diversifica y se refina. Y cuando llegas al ámbito profesional te puedes encontrar en un estado de inmunidad o inoculación a la corrupción: la ves, participas, la usas y no sientes responsabilidad alguna.
Las consecuencias de la corrupción son perniciosas y sin límite de perjuicio en acción o tiempo: perjudica la salud, alimentación, el trabajo digno, el bienestar tuyo y de los demás. Lo peor de todo es que perjudica la educación y a las generaciones por venir.
Hoy vivimos una metástasis, casi incurable, de corrupción a todos los niveles: social, político, económico, gubernamental, empresarial e institucional, tanto en el sector público como en el privado.
Erradicar la corrupción no será posible mediante una ley, código o Constitución nueva. Este flagelo no terminará cuando un contralor se ponga, por fin, a trabajar y le mande a los órganos corruptos del Estado no 4 auditores, sino 20, para que no dejen sacar ningún papel u objeto. Tampoco acabará, cuando un procurador o fiscal, por fin, se ponga a trabajar, sin detenerse hasta ver que todos los culpables queden presos por el tiempo máximo que exige la ley, o cuando un presidente prometa darnos el gobierno más transparente. No, el combate contra la corrupción comienza en casa, sigue en la escuela y continúa durante toda la vida productiva, tuya, de tus familiares, vecinos, amigos, compañeros, jefes, representantes políticos y de tu presidente.
A quienes se gradúan de un instituto profesional o de la universidad y, en su primer puesto de trabajo ven corrupción campante en todos los niveles, les recomiendo que no sean partícipes; denúncienla de alguna forma. Si te despiden, puede que sea mejor, porque así te alejas de la corrupción. Y si te quedas sin trabajo porque denunciaste la corrupción y no te dejaste atrapar, de seguro tus padres y familiares te apoyarán, pues nada se compara al amor verdadero de quienes quieren lo mejor para ti y para el país.

