En estos tiempos en que vivimos agobiados por una y mil responsabilidades y pocos recursos para hacerle frente, es común que en ocasiones los efectos de la sobrecarga emocional se hagan sentir en cualquier individuo, independientemente de su condición social. Es un asunto al que debemos prestarle mucho cuidado, por lo que no debe ser subestimado. Según los expertos, la sobrecarga emocional puede presentar síntomas físicos, como dolores de cabeza, alteración en el sueño, exceso de apetito o alteraciones psicológicas, ansiedad, dificultad para memorizar o actitudes negligentes con las propias necesidades personales.
Nadie está inmune a pasar por un estado de sobrecarga, que en casos graves puede poner en riesgo nuestra vida o la de algún ser querido.
En un programa televisivo en Brasil, una ama de casa contó que la sobrecarga emocional la llevó a un accidente doméstico en el que se quemó gran parte del propio rostro, lo que la obligó a hacer una pausa en su agitada rutina. Ella estaba ultrapasando sus límites, al tener que cuidar sola la casa y un hijo con hiperactividad.
Muchas madres se identificaron con ella y confesaron haber sufrido momentos de confusión mental resultado del exceso de responsabilidades. Las historias van desde calentar la leche en el microondas y en lugar de digitar los minutos de calentamiento, digitaron la contraseña de la tarjeta del banco. Otra dice que en una ocasión pensó haber perdido su celular y con el celular en la mano llamó a su número, que a su vez cayó en la caja de mensajes, sin advertir que estaba con el aparato en la mano. Llegó a pensar que se lo habían robado. En un relato otra asistente reveló haber estado revolviendo sin parar la crema de su bebé por largos 10 minutos, sin darse cuenta de que el fogón estaba apagado. Madre de hijos gemelos dijeron haber alimentado dos veces al mismo bebé y así van las historias medio graciosas de momentos de distracción, confusión o perturbación mental en el que buscaron los lentes que llevaban puestos. El exceso de trabajo puede estarnos robando gran parte de la concentración.
Desde luego ninguna de estas historias se compara con lo ocurrido recientemente con la niña de cuatro años olvidada en el coche por su padre.
Son casos muy comunes en países en donde la vida va muy deprisa. En Estados Unidos y Brasil pasa frecuentemente. Las personas viven agobiadas por la urgencia de hacer las cosas, huyendo de enormes atascos y conviviendo con el miedo constante de perder el empleo.
Mientras vivamos la vida sin respirar hondo, expulsando la energía tóxica de nuestras mentes, accidentes como estos volverán a ocurrir. Debemos prestar atención y parar por un momento. De lo contrario, es muy probable que cualquiera de nosotros sea la próxima víctima.
La autora es periodista
