A raíz de los problemas de suministro de agua potable en el área metropolitana, sin proponérselo, el funcionario que comparecía ante la Asamblea Nacional expuso un aspecto ideológico del ejercicio del poder en nuestra sociedad. La diputada Ana Matilde Gómez reclamó una inmediata corrección de la tesis expuesta, y aunque el director del Idaan después pidió disculpas, gesto que hay que valorar, esta circunstancia levanta el velo que cubre la relación entre gobernados y gobernantes y que marca la clara diferenciación de clases que hace tan natural la inequidad que caracteriza a Panamá. Bastarán algunos ejemplos para explicar.
Ante las quejas de los pobres por el precio de los medicamentos, las soluciones marginales plantean, sin desparpajo, que los pobres no demanden tantos médicos, ni medicamentos a bajos precios. Ahí tienen a su alcance curanderos y magos radiofónicos, que se sirvan de las plantas y de la automedicación para remediar sus males. Que esperen cupos, camas, fechas de exámenes y de cirugías, porque el tiempo se encargará de resolver.
Si los marginales sufren por la condición del transporte, quienes conciben soluciones marginales apuestan por lo más natural: El salvajismo puro, la piratería y la anarquía. Es más, agregarían que el problema del tranque es que hay demasiada gente pobre comprando auto y que, si en vez de comprar un auto utilizaran bus o se movilizaran a pie, no habría tanto problema con los tranques. Por lo tanto, se debería legislar para evitar que los pobres compren auto.
Acerca del costo de los alimentos, la solución marginal propone achicar la canasta básica. Que los pobres se aferren a la salchicha y la jamonilla. Y si estos productos aumentan de precio, la solución es más sencilla todavía: Los marginales no necesitan comer tres veces al día, ni todos los días. Bien pueden esperar hasta el fin de año para comer algo distinto, cuando algún “político marginal” les haga formar una fila interminable para conseguir un jamón navideño.
¡Qué decir de la educación! La solución marginal es que los pobres no aspiren a estudiar. Que acepten que están llamados a realizar los oficios que requieren menos preparación. ¿Para qué estudiar, si lo que se necesita es un buen contacto para alcanzar las mejores oportunidades? ¿Para qué estudiar, si los salarios más altos ya tienen nombre y apellido? Los pobres carecen de buenos contactos, por lo tanto, que se conformen con lo que tienen.
Con relación al estado de la red vial, la solución marginal es práctica. Como el universo se limita al espacio por donde transita el ministro del ramo y todo está perfecto en ese microcosmo; los marginales, que vivan, anden y caigan en los huecos que los privilegiados no ven. La solución es sencilla: Restringir a los pobres para que no salgan a circular por las calles, avenidas y carreteras no destinadas a ellos.
Sobre el tema de la seguridad, la solución marginal también es práctica y efectiva: De alguna u otra forma, los pobres deben vivir enjaulados. Suficiente con que pongan verjas de acero en puertas y ventanas. De otra forma, que se adhieran al capo y la pandilla del barrio; ellos le brindarán protección. Si alguien comete algún delito, no se preocupen, la cárcel está garantizada para los pobres. La justicia también será eficaz en ese sentido.
La recolección de desechos; el cuidado ambiental; la infraestructura agropecuaria; el servicio energético; el deporte; en fin, toda la gama de bienes, servicios o actividades de los que disfruta algún grupo de población, tiene su contracara en soluciones marginales. A partir de esa triste realidad, a los panameños no les quedaría otra que situarse en una perspectiva de conflicto. Aún es posible dar un golpe de timón y evitar ese trágico destino.
El autor es sociólogo

