Transcurría un verano de, tal vez 1975, cuando al terminar de almorzar fui al patio trasero de la casa y escuché un motor de avión, lo cual me llamó la atención, porque en ese entonces en Coronado solo aterrizaban avionetas y para mi sorpresa el avión era un Super Constellation, que volaba sobre la pista, de norte a sur, hacia el mar. El Super Constellation hasta antes de los Jumbo 747 fue el avión que más me llamó la atención, porque tenía cuatro motores a hélice, una grácil curvatura hacia atrás del fuselaje que parecía la cintura de la aeronave y tres aletas traseras verticales y por eso lo identifiqué inmediatamente. Poco después observé que había dado la vuelta y se dirigía hacia la pista para aterrizar contra el viento norte, así que entré a la casa y le dije a mis tres hijos: “vámonos ya al aeropuerto, que un Super Constellation está aterrizando ahí”.
Nos fuimos inmediatamente al aeropuerto, donde ya había un grupo de curiosos observando el avión, que estaba en el extremo norte de la pista, atravesado tratando de dar la vuelta, pero en eso apagó los motores, así que les dije a mis hijos vamos al avión, y mientras nos dirigíamos hacia el aparato, observamos que la parte antigua de la pista, la parte sur, era de asfalto sólido, pero la parte norte tenía una capa de asfalto más delgado, al punto que al fuerte solazo del medio día veraniego, las ruedas del pesado avión se hundieron en el asfalto e hicieron que este saliera hacia los dos lados, dejando impresas y legibles al revés, las letras de la marca, modelo y otra información de las ruedas.
Cuando llegamos al avión se abrió la puerta, sacaron una escalera y bajó un piloto, joven, con acento de cubano-americano, preguntando que dónde estaban; me llamó la atención ver por las ventanillas unas cajas color papel manila que parecían libros. Luego se bajó un piloto ya mayor, lleno de canas, muerto de la risa, gringo, que no hablaba español y con un yeso que iba desde la cadera hasta el tobillo. En eso llegó la policía a hacer las primeras preguntas; el gringo era el capitán y el cubano el copiloto, y les explicaron que venían de San Andrés hacia Río Hato con un cargamento de cajas para recolectar ñajú, de un proyecto agrícola del general Torrijos. Con esta explicación los policías (y todos los demás) quedamos tranquilos mientras los pilotos aclaraban que no les dieron coordenadas de Río Hato, sino que estaba en la costa del Pacífico de Panamá, frente a la playa, en dirección sur sur este desde San Andrés. Los pilotos se desviaron un poquito al este y cuando vieron el aeropuerto de Coronado, que estaba casi frente a la playa, dieron la vuelta y aterrizaron. Estas explicaciones fueron suficientes para los policías y para los legos, así que nos quedamos un rato, pero el fuerte sol veraniego nos mandó a casa.
Pasadas las cinco de la tarde, cuando el sol había bajado, utilizando jeeps de la policía sacaron al avión de la pista medio derretida y estando esta menos caliente, el avión arrancó los motores, los aceleraron a su máxima potencia, que hasta en mi casa se sentía la vibración, salió el Super Constellation rugiendo por toda la pista en dirección sur con viento de cola y se elevó hacia el mar.
Cuando regresamos a Panamá, fui donde mi vecino y amigo, Ramiro Bernal (q.e.p.d.) para contarle el acontecimiento; me hizo un par de preguntas por mera curiosidad y lo dejamos ahí. Al día siguiente vino a mi casa y me dijo que le habían asignado la investigación del caso y me dijo “...fui a hablar con los pilotos y cuando vi al gringo del yeso, me sorprendí y como tenía un documento con los nombres, lo primero que hice fue preguntarle ¿Ud. era uno de los Flying Tigers? y cuando después de este sonreírse me contestó que sí, Sandy, con lo que me contaste tenía suficiente y se acabó la investigación”. Conversaron largo, ya que Ramiro era admirador de este extraordinario grupo de pilotos y después de satisfacer su interés y su curiosidad les hizo un par de preguntas como para poder redactar debidamente y firmar el formulario de la investigación.
Años después contaba esto a unos amigos, y alguien objetó que un Super Constellation pudiera aterrizar y menos despegar de Coronado, el amigo Humberto Chavarría, quien escuchó mi narración con una sonrisa en el rostro, intervino y dijo, eso fue cierto, yo iba volando hacia Santiago y pude ver el avión en Coronado, así que llamé a Aeronáutica Civil y reporté el caso, enfatizándoles que era un inconfundible Super Constellation y no otro tipo de nave.
Aquel día sentí que fuimos testigos presenciales de una pequeña, pero inolvidable y muy curiosa parte de nuestra historia aeronáutica, cuando un Flying Tiger aterrizó un Super Constellation en el aeropuerto de Coronado.
El autor es ciudadano
