Este 11 de octubre de 2024 se cumplen 56 años del golpe cuartelario llevado a cabo por el teniente coronel Omar Torrijos Herrera, entonces Ejecutivo de la Comandancia de la Guardia Nacional, el mayor de la misma institución militar, Boris Martínez, y otros miembros de la cúpula castrense.
Historiadores y políticos han procurado explicar el fenómeno desde distintas perspectivas. Lo cierto es que fue el resultado de la crisis general y el agotamiento del modelo de la oligarquía liberal, que dominó durante 65 años la vieja burguesía transitista. Fue un acto represivo en contra de un pueblo históricamente antimilitarista, dado que los soldados panameños de la Guardia Nacional constituyeron el instrumento represor al servicio de la oligarquía y del imperialismo estadounidense, en contra de las luchas reivindicativas y patrióticas del movimiento popular.
Para entender esa realidad objetiva y subjetiva, se deben distinguir tres claros períodos en los que se dividieron los denominados, por el “civilismo” burgués y pequeño burgués, los 21 años de “dictadura militar”.
El primer período se extendió del 11 de octubre de 1968 hasta el 16 de diciembre de 1969, conocido como el “retorno del general Torrijos”, luego de que el último reducto de derecha dentro de la élite militar fraguara un golpe militar. Con anterioridad a esta fecha, en febrero del mismo año, fue embarcado, en un viaje sin retorno hacia Miami, el golpista de extrema derecha Boris Martínez.
Estos acontecimientos despejaron el camino al liderazgo personal de Omar Torrijos e inauguraron el segundo período, que abarcó de 1969 hasta 1981 (31 de julio de 1981, fecha del magnicidio del general Omar Torrijos), fase conocida como “proceso revolucionario”. Según el propio líder de la gesta de octubre de 1968, esta etapa se caracterizó por el divorcio de los militares de la oligarquía y las nuevas nupcias con el pueblo panameño. Durante este tiempo se dieron las principales transformaciones políticas, sociales y económicas favorables e incluyentes para los sectores históricamente marginados y excluidos de la sociedad panameña. Además, se inició el último relevo generacional, que culminó con la recuperación del Canal y de la “Zona del Canal”. Es justo señalar que los hoy principales usufructuarios del Canal y de las “áreas revertidas” —la burguesía nacional— eran abiertamente opositores a la lucha nacionalista del pueblo panameño por la dignidad nacional y la recuperación del Canal.
La muerte de Torrijos constituyó un duro golpe al proceso revolucionario y dio inicio al tormentoso período que se extendió de 1982 a 1989. Este se inauguró con la derechización y oligarquización del gobierno militar. El nuevo comandante de la Guardia Nacional, el militar de derecha Rubén Darío Paredes, intentó repetir la hazaña del comandante José Antonio “Chichi” Remón Cantera Chiari, quien trasladó —en la década de 1950— “el poder real” de la avenida “A” (donde se encontraba la comandancia de la Guardia Nacional) al Palacio de Las Garzas. El fallido intento culminó con la célebre frase “buen salto, Rubén”, del desaparecido general de las FFFD de Panamá, Manuel Antonio Noriega.
Apartados de “La Línea”, con el regreso a los cuarteles de Omar, la cúpula militar se enfrascó en una lucha intestina que culminó con la victoria pírrica de Noriega, hasta que el imperialismo se deshizo de él con la cruenta invasión militar estadounidense del 20 de diciembre de 1989.
Luego de que el triunvirato Endara, Arias Calderón y Ford, montados en una tanqueta de los genocidas gringos, llegara al Palacio de Las Garzas, se han sucedido siete presidentes de la República y 35 años de gobiernos de la plutocracia corrupta y clientelar.
¡Así de sencilla es la cosa!
El autor es abogado y analista político.
