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A dos años del genocidio de Hamás

Un día como hoy, hace dos años según el calendario judío, Hamás, la rama palestina de la Hermandad Musulmana, perpetró un genocidio en el sur de Israel, una jornada en la que más de 1,200 personas, mayoritariamente israelíes, fueron asesinadas.

Familias fueron quemadas vivas; bebés degollados frente a sus padres; mujeres y hombres violados. Miles resultaron heridos. Y 251 personas, desde un bebé de 9 meses hasta ancianos de más de 80 años, fueron tomadas como rehenes por el grupo definido como terrorista por la Unión Europea, Estados Unidos, Suiza, Israel, Argentina, Canadá, Australia, Nueva Zelanda, la OEA, el Reino Unido, Paraguay y Costa Rica.

Antes de seguir adelante, reproduzco la definición de “genocidio” por parte de la Real Academia Española: “exterminio o eliminación sistemática de un grupo humano por motivo de raza, etnia, religión, política o nacionalidad”. La palabra proviene del griego genos (estirpe) y del sufijo latino -cidio (matar).

Pues eso es justamente lo perpetrado por Hamás, una organización política y paramilitar suní, de carácter yihadista, nacionalista e islamista, que persigue un objetivo manifiesto: destruir al Estado de Israel y reemplazarlo por un Estado islámico.

Imitando a los Einsatzgruppen nazis, salió a cazar judíos. Herederos ideológicos del muftí de Jerusalén, Amin al-Husayni, criminal de guerra aliado de Adolf Hitler, Hamás es un compendio de prácticas nazis y métodos medievales comunes a otros grupos yihadistas. Por estas razones, organizaciones como Human Rights Watch y Amnistía Internacional los acusan de cometer crímenes de guerra, torturas, asesinatos y secuestros, tanto contra civiles israelíes como palestinos.

Tras la retirada unilateral de Israel de la Franja de Gaza en 2005, Hamás ganó las elecciones legislativas de 2006 y, un año más tarde, dio un golpe de Estado, asesinando a más de 150 militantes de Fatah, entonces partido gobernante. Desde entonces, impuso un gobierno autoritario y teocrático, transformando Gaza en una base yihadista. A raíz de ello, Egipto e Israel establecieron un bloqueo para impedir el ingreso de armamento al enclave controlado por los fundamentalistas.

El respaldo a Hamás no provino únicamente de sus votantes, que suscriben sus postulados genocidas, sino también de Qatar, Irán y ciertos sectores de Occidente, mayoritariamente izquierdistas y wokes, todos promotores de manifestaciones antisemitas inéditas desde el final del Holocausto, oyéndose llamados al exterminio de Israel y del pueblo judío, así como gestos de complacencia con el yihadismo por parte de gobiernos irresponsables —como los de España, el Reino Unido y Francia— que, al reconocer un Estado inexistente, otorgaron una recompensa a quienes perpetraron el genocidio del 7 de octubre. A ello se suman los subsidios que la Autoridad Palestina concede a terroristas juzgados y encarcelados por asesinar israelíes.

Gaza es el escenario del absurdo. Hamás utilizó los fondos donados para construir túneles y arsenales de misiles para atacar a civiles israelíes, situando su armamento y centros de mando en instalaciones civiles, hospitales, escuelas, mezquitas, canchas deportivas y sedes de la UNRWA, cuyos empleados eran también militantes yihadistas.

El fanatismo y el adoctrinamiento antisemita en la población gazatí pesaron más que la razón. La guerra iniciada por Hamás el 7 de octubre de 2023 debe concluir con la liberación de todos los secuestrados israelíes que aún permanecen en manos de sus captores —entre vivos y asesinados en cautiverio— y con la exclusión definitiva de Hamás y de cualquier grupo fundamentalista de futuros gobiernos palestinos, para evitar nuevos genocidios contra el pueblo israelí.

Los crímenes, grabados por sus propios autores, fueron celebrados por multitudes en las calles de Gaza. Asesinato y muerte: ese es el legado de Hamás y sus acólitos, que glorifican el genocidio como dogma, por lo que son enemigos de los valores occidentales.

Por eso, una vez que termine la guerra, Gaza deberá ser desnazificada, por el bien de la región y de Occidente, ya que lo ocurrido en el sur de Israel podría repetirse en sus propias ciudades: Madrid, París, Londres o Nueva York, víctimas en el pasado de atentados yihadistas.

El autor es graduado en Educación e Historia Universidad Hebrea de Jerusalem 670.


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