Si algo debe caracterizar el ejercicio del poder del que se dispone en un momento dado es la prudencia con la que se debe ejercer, sobre todo cuando se han de tomar decisiones sobre actos o temas que trascienden el cargo que temporalmente se ostenta. Ello implica, desde luego, decidir y actuar con sensatez. Ello no significa que no se tomen decisiones oportunas ni que se actúe tardíamente. Todo lo contrario: que lo que se vaya a hacer esté precedido de un mínimo de reflexión y de tener presente los alcances y los efectos de lo que se ha decidido hacer.
Todo ello porque el ejercicio del poder del que se dispone en un momento dado, y porque el poder que se detenta siempre es temporal y, en el caso del poder que se tiene en razón de ocupar un cargo público, aún más. Por eso se ha de actuar con sensatez, con prudencia, teniendo presente el alcance de ciertas decisiones. De ahí la necesidad de calibrar y sopesar lo necesario de lo que se ha decidido llevar a cabo, lo que se pretende ejecutar. Hay que tener, por tanto, sentido del momento, pero también un mínimo de sentido de la historia, es decir, de cómo se juzgará, pasado el tiempo, la decisión y el acto a ejecutar.
De eso trata el ejercicio del poder público: de tener que actuar, en todo momento, con prudencia.
Pues bien, eso fue lo que le faltó a la alcaldesa de Arraiján al decidir el acto por el cual se destruyó el Mirador de las Américas, monumento levantado en el año 2004 para conmemorar los 150 años de la presencia del pueblo chino en Panamá. Esa estructura, ese monumento, no era ni trataba de una simple construcción. No fue algo que se construyó en un lugar para llenar simplemente un espacio. Era y constituía una obra para conmemorar la presencia de un pueblo en nuestra cultura, en lo que representa nuestra nación, como también lo representan otros pueblos que han forjado nuestro sentido de nación.
Nada de eso se tuvo presente al tomar la decisión de destruir el monumento del Mirador del Puente de las Américas. De seguro que cuando se tomó dicha decisión no se tenía presente lo que ese monumento representaba, ni el porqué se construyó. Se pensaba, simplemente, que había que destruir lo que ahí estaba y punto. Se tenía el poder para hacerlo y se ejerció. Lo demás no importaba. No se tenía presente cómo se sería juzgado con el tiempo. Esa es la soberbia del poder: lo demás no importa.
Lo actuado por la alcaldesa de Arraiján nos lleva a tener que hacer un comentario prospectivo, a futuro. El escenario sería el siguiente: una niña llega a casa después de sus clases, se encuentra con la abuela y le dice que en la clase de historia se estuvo hablando de ella, de la abuelita. La abuela, entusiasmada, le pregunta: “¿Y qué se estaba hablando de mí?”. A lo que le contesta la nieta: “Pues que cuando fuiste alcaldesa mandaste a destruir el monumento del Mirador de las Américas. Ni te imaginas, abuelita, lo que viví. Qué vergüenza, abuelita”.
Ese es el juicio de la historia cuando no se actúa con sensatez, cuando no se actúa con prudencia en el ejercicio del poder. Que no se olvide.

