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Activistas profesionales, un servicio bien pagado

En mis tiempos de estudiante me agité en las calles, motivado solo por mis hormonas de juventud y las arengas de agitadores locales. Así terminé, en dos ocasiones, como huésped en un calabozo en los cuarteles de la avenida “A”.

Me tomó tiempo comprender que quienes nos encendían la mecha pertenecían a algún partido político o grupo ideológico de la Universidad de Panamá y que, al momento de exponer el pecho, como por arte de magia, desaparecían.

Acabamos de vivir los tristes acontecimientos en Donoso y Bocas del Toro, las protestas contra la ley de la CSS y el proyecto de Río Indio, con pérdidas laborales, sociales y económicas multimillonarias. Líderes sindicales, economistas, sacerdotes, educadores, legisladores y activistas confundieron a la opinión pública con medias verdades y argumentos populistas, muy lejos de dirigir sus cañones contra quienes fueron los verdaderos autores de los daños materiales, sociales o laborales.

En su lugar, incriminaron a quienes, de manera honesta, trataban de poner orden y enmendar tantos entuertos heredados.

Constantemente recibo videos de gobernantes autoritarios, sindicalistas o agitadores públicos que, en reuniones internas, exponen sus verdaderas estrategias, tales como: “Hay que mantener al pueblo ignorante para poder llegar al poder”; “Cuando un pobre progresa y escala a clase media, lo perdimos”; “Debemos fragmentar la sociedad: el pueblo (los buenos) contra los ricos (los malos)”; “Debemos prometer beneficios, subsidios y empleos públicos si nos llevan al poder”.

Todos estos propósitos están en contrapunto con sus públicas arengas callejeras, en las que denuncian la desigualdad social y culpan a empresarios o adversarios políticos, cuando en realidad buscan repartirse la riqueza ajena.

En algunas ciudades de Estados Unidos aparecen avisos públicos —como los de WBNG— contratando directores para organizar protestas callejeras, con salarios que van de $80 mil a $120 mil por año. También hay grupos como C.O.D., que promueven servicios de voceros o manifestantes para organizar marchas pro medio ambiente, justicia social o en contra de la empresa privada, incluso para rellenar espacios en concentraciones públicas.

Pero, como a todo Napoleón le llega su Waterloo, a muchos de estos activistas, políticos o influencers esas mismas redes sociales que los catapultaron a la fama comienzan a desnudarlos, pues la tecnología tiene dos filos y camarógrafos en cada esquina, ventana o balcón.

Ya ningún agitador o funcionario escapa de un smartphone que revela sus falsas intenciones. Incluso, en sus reuniones privadas ya exigen dejar afuera los celulares, por temor a ser traicionados por sus propios camaradas.

Estos influencers o activistas profesionales promueven la confrontación con base en mentiras sobre la pérdida de nuestra soberanía, y demonizan los memorandos de cooperación (MOU) para realizar tareas conjuntas entre Estados Unidos y Panamá.

Cada vez admiro más la sabiduría de nuestros próceres y mandatarios que, sin ejército ni poder económico, evitaron por más de un siglo, con habilidad y diplomacia, costosas confrontaciones con el imperio. Así pudimos sustituir las bases militares por un tratado de neutralidad.

Sufren también de ceguera oportunista, pues no quieren ver lo que acontece en países vecinos bajo regímenes socialistas como Cuba, Venezuela o Nicaragua.

Igualmente pretenden desconocer tantos acuerdos de defensa o seguridad compartida, como la OTAN en Europa, o ignorar las decenas de bases militares de Estados Unidos en Turquía, Polonia, Bulgaria, Hungría, Japón, Corea del Sur, Australia, Filipinas, Singapur, Tailandia, Kuwait, Bahréin, Qatar, Arabia Saudita, Irak, Siria, Jordania, Níger, Kenia, Marruecos, Cuba, Honduras, El Salvador, Colombia, Curazao, Aruba, Alemania, Italia, Reino Unido, España, Bélgica y Países Bajos.

Sin embargo, nuestros agitadores no emiten comentarios criticando la reciente decisión de la presidenta de México de permitir el ingreso de fuerzas especiales y tropas estadounidenses para participar en ejercicios o capacitaciones conjuntas en su territorio soberano.

Estar siempre en desacuerdo con la autoridad, culpar a otros sectores de la sociedad de sus fracasos o problemas personales, son los recursos favoritos de la oposición ideológica, política o sindical local. Para ello, cuentan con apoyo financiero del exterior.

Contratar tontos útiles, llenar buses para salir a protestar o cerrar calles se ha convertido ya en un servicio muy bien pagado.

El autor fue ministro de Comercio e Industrias y embajador de Panamá tanto en Washington como en Italia.


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