La frase aparece en el capítulo 43 de la Segunda Parte del Quijote, cuando Sancho se deja venir con una letanía de necedades, logrando enfurecer a don Quijote, y este lo reprende. Una recomendación similar le habría convenido acatar al ministro de Ambiente, Juan Carlos Navarro, antes de dar a conocer sus recientes e inoportunos exabruptos.
La verdad es que, en estos momentos, viniendo de un miembro del PRD, no deberían sorprendernos tanto sus almibaradas declaraciones en favor de Martinelli, puesto que hace poco también escuchamos, por ejemplo, al diputado Bolota Salazar gritar a todo pulmón en la Asamblea que Martinelli era lo máximo, llegando incluso a conmover hasta las lágrimas al propio Camacho con su inusitada intervención. Se suponía que, en aquella ocasión, tal desafuero era producto del acostumbrado oportunismo conductual, muy propio de este honorable padre de la patria. Pero al parecer, la adulación y la cepillería les viene de arrastre por igual a estos dos personajes, y de seguro a muchos otros de la misma camada, incubada desde aquellos tiempos en que en dicho partido se le rendía culto y veneración absoluta al dictador Noriega, a quien consideraron su emblemático padrino y mentor, sin importar los desafueros, crímenes y arbitrariedades cometidas en contra del pueblo panameño durante aquel fúnebre y negro período de nuestra historia.
El problema es que ahora no estamos en los tiempos de “regáñeme, mi general”, ni se trata de palabras dichas al viento por parte de un periquito o periquita, o de un primo lejano del diputado Camacho, o incluso de las desabridas declaraciones de un pelechador y rezagado varillero del noriegato. Por el contrario, estamos hablando de las declaraciones públicas de un ministro de Estado del actual gobierno de José Raúl Mulino, quien aseguró con vehemencia ante los medios que: “Debemos estar agradecidos de Ricardo Martinelli, quien ayudó a que el país tuviera una elección y una transición democráticas”, y reiteró además, con pasmosa convicción, la manida frase utilizada en la campaña pasada: “Martinelli es Mulino y Mulino sigue siendo Martinelli”.
Si el presidente Mulino pasa por alto las recientes declaraciones de Navarro, o peor aún, las celebra como una inocente mamarrachada de su flamante ministro de Ambiente, entonces todos los panameños tendríamos razones para sentirnos preocupados y, en consecuencia, para considerar sospechosamente ciertas las aseveraciones de Navarro.
Qué lamentable sería que, a estas alturas del partido —transcurrido apenas el primer año de gobierno—, tengamos que llegar al convencimiento de haber estado asistiendo a la presentación de una obra de teatro muy bien montada, en la que el presidente Mulino tuvo la habilidad suficiente para engañarnos y convencernos a todos, desde el primer día de su gestión, de la veracidad de su supuesta “metamorfosis kafkiana” para bien del país, que todos nos creímos.
Ello sería verdaderamente frustrante y desalentador para todos los panameños, y supongo que terriblemente frustrante, además, para la mayoría de sus actuales ministros, quienes —al igual que yo— llegamos a creer a pies juntillas en las palabras del presidente Mulino cuando, al tomar posesión del cargo, dijo emocionado: “Tengo la intención de dejarle como legado un buen ejemplo a los panameños, a mis hijos y a mis nietos”, propósito que, como él sabe, y todos sabemos, ni remotamente pudo ni podrá lograr jamás su amigo, el delincuente condenado y prófugo de la justicia Ricardo Martinelli, pese a las múltiples y oficiosas adulaciones adicionales que continúe recibiendo en su yate, ahora de parte de sus nuevos aliados y súbditos del PRD.
El autor es pintor y escritor.

