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Al Grano: Lo que enseña la libertad de expresión

En junio del 2013, hace 12 años y piquito, publiqué un artículo en este medio sobre los nombramientos a 7 años que estaba promoviendo Ricardo Martinelli en uno de sus tantos chanchullos. A Mayín Correa la incomodó, por llamarlo de alguna manera, que yo hubiera expuesto los nombres de los posibles beneficiarios de la movida.

Entonces en su programa de radio se refirió a mí como “la judiíta de la Gestapo”.

El hecho provocó todas las reacciones del mundo. Literalmente, porque hasta el centro Simón Weisenthal alzó la voz. En algunos casos fueron un rechazo a sus palabras, otros eran ataques a ella o a mí, otros me apoyaban a mí... y así. Pero por más de dos semanas las páginas de Opinión de La Prensa se vistieron de artículos del tema, todos repudiando lo dicho por la entonces gobernadora de la provincia de Panamá...

Hasta que a Opinión llegó un artículo que se fue a la raíz del insulto, a la contradicción de las palabras de Mayín Correa, e hizo su análisis de la comunidad judía en Panamá.

Con razón, enfureció a media comunidad. Y muchos me preguntaron que cómo dejé que publicaran eso, que se basaba en generalizaciones injustas.

De tanto que las repetí, recuerdo mis palabras textuales: “no fue mi decisión. Pero si lo hubiera sido, también lo hubiera publicado”. Porque la libertad de expresión es permitir que todos se expresen, no que solo se expresen los que opinan como yo. Y las columnas de opinión reflejan la opinión del columnista, no del diario. Que muchas veces coinciden con las posiciones del diario, sí, pero pueden no hacerlo. Esté yo de acuerdo o no con lo que diga otro, tengo claro que ese otro tiene derecho a decir lo que quiera. Incluso de mí. ¿Si eso es justo? No, a veces no. ¿Si se puede señalar sin pruebas? No está bien y puede acarrear problemas legales. Pero de que se puede, se puede.

Eso es difícil, sí. Tolerar infamias y ver cómo se riega una mentira puede doler. Ataques sexistas o religiosos, por ejemplo, generan impotencia y frustración. ¿Pero sabes qué? Eso me ha permitido aprender un montón cosas. A debatir con argumentos en algunos casos, a saber que ceder un punto no es perder… a informarme y formarme criterios en temas importantes, a ignorar en algunos casos para tener una buena salud mental, y por qué no decirlo, a hacer análisis sociológicos de bastantes “personajes”.

Yo llegué a La Prensa a los 17 años. Llevo casi 23 años en este periódico que me ha visto crecer. Y al que amo profundamente. Por su valiente historia, por su idealismo —que se me pegó desde el día uno—, y por su larga tradición de defensa a la libertad de expresión.

Si la ley del Seguro es buena o no, podemos debatirlo. Cuántas comisiones debería presidir cada bancada, podemos debatirlo. Si las revocatorias de mandato tienen asidero legal, podemos debatirlo. Si el presidente respeta el sistema de justicia en Panamá, podemos debatirlo. Si procede legalmente la disolución de Suntracs, podemos debatirlo. Y para eso necesitamos oír y oírnos.

Yo todavía confío, ciegamente, en “que la voz que cuestione nunca calle”.


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