Así como la madre alimenta a su pichón en medio de la tormenta, sin importar la lluvia ni el viento, así también nosotros estamos llamados a cuidar, amar y proteger lo que realmente importa, incluso en los momentos más difíciles.
Vivimos tiempos inciertos. Navegamos en aguas turbulentas. El mundo entero parece agitado: conflictos internacionales que escalan con dolor y violencia —como la guerra entre Israel e Irán—; divisiones sociales que se profundizan —como las que hoy atraviesa Panamá ante la incertidumbre sobre el futuro de la Caja de Seguro Social—. Son días cargados de ansiedad, miedo e inestabilidad.
Y, sin embargo, incluso en medio de todo ese caos, podemos encontrar la paz. No una paz superficial, sino una paz profunda, verdadera, que no depende de las circunstancias externas. Esa paz nace cuando volvemos a lo esencial: nuestra fe en Dios, el amor de nuestra familia, la cercanía de los verdaderos amigos.
Porque es Dios quien nos sostiene cuando sentimos que ya no podemos más. Es en Él donde encontramos refugio, consuelo y esperanza. La fe no siempre cambia lo que pasa afuera, pero transforma lo que ocurre dentro de nosotros. Nos fortalece, nos da dirección, nos recuerda que no estamos solos.
Y junto a esa fe que nos ancla, están los brazos que nos rodean: la familia que nos ama, los amigos que caminan a nuestro lado, los rostros que nos devuelven la sonrisa aun en los días más grises. Ellos son la manifestación concreta del amor de Dios en nuestra vida.
En un mundo que se desordena a nuestro alrededor, el verdadero refugio no está en el ruido ni en las soluciones apresuradas, sino en lo profundo: en el hogar, en los vínculos sinceros, en la oración compartida, en una comida en familia, en una conversación honesta con un amigo.
Cuando decidimos enfocar nuestra vida en lo fundamental —en el amor que damos, en la fe que profesamos, en los vínculos que cultivamos—, descubrimos que es posible tener paz incluso en medio del caos.
Al final del día, como esa madre que no abandona el nido, lo que da sentido a nuestra existencia no es lo que acumulamos ni lo que logramos, sino a quiénes amamos, cuánto confiamos y qué lugar le damos a Dios en nuestro corazón.
Eso es lo que nos salva.
Eso es lo que nos sostiene.Eso es lo que verdaderamente importa, incluso —y sobre todo— en tiempos como estos.
El autor es empresario y Caballero de la Orden de Malta.

