El pueblo druso, cuyo origen data del siglo XI, es un grupo etnorreligioso residente principalmente en Líbano, Siria, Israel y Jordania. Considerados una religión abrahámica, practican el drusismo y tienen como a su principal profeta a Itro, suegro de Moisés.
La rama drusa residente en Siria ha sido noticia en las últimas semanas en consecuencia de la matanza de la que fue víctima en Suida, provincia casi del tamaño de Líbano, cuya ciudad principal, también llamada Suida, es el hogar de medio millón de ellos.
Los crímenes fueron filmados por las fuerzas de seguridad de Ahmed al-Shara, apoyados por las tribus beduinas en Siria que actuaron en coordinación con ISIS y la complicidad del régimen de Damasco, verdadero lobo disfrazado de cordero que finalmente se sacó la indumentaria y mostró su verdadero rostro asesino y genocida al perpetrar la masacre que hoy nos compete denunciar.
Sin embargo, y a pesar de las evidencias inocultables, el mundo y las llamadas organizaciones que vigilan el respeto a los derechos humanos callaron escandalosamente, entre ellos las Naciones Unidas y su vergonzoso Consejo de Derechos Humanos, que solo se activa cuando se tienen que levantar falsas acusaciones en contra del Estado de Israel, acusándolo de crímenes que no ha cometido y que tienen como objetivo arrinconar a la única democracia del Medio Oriente. Israel viene enfrentando una guerra existencial impuesta por Irán y sus aliados desde el fatídico 7 de octubre de 2023, día en que más de 6,000 terroristas de Hamás y la Yihad Islámica invadieron el sur de Israel asesinando, violando, quemando y secuestrando judíos, en el que fue el día con mayor mortandad para el pueblo judío desde el final del Holocausto.
Sin embargo, y a pesar de la guerra que le fue impuesta, el Estado de Israel actuó en defensa de los drusos en Siria. En una primera fase, emitió advertencias a al-Shara y, al ser desatendidas, pasó a la fase operativa bombardeando la sede del Ministerio de Defensa sirio en Damasco, infringiendo bajas a las fuerzas irregulares que hacían su camino hacia Suida e informando públicamente que la misma existencia futura del régimen estaba en peligro de seguir la matanza.
El régimen sirio, patrocinado por Ankara y que logró engañar a Occidente dejando de lado sus indumentarias yihadistas para ponerse traje y corbata, entendió el mensaje proveniente de las autoridades de Jerusalén y aceptó, a regañadientes, detener la masacre de drusos, cuyos hermanos residentes en el lado israelí se movilizaron con el objetivo de frenar el genocidio perpetrado, que a la fecha lleva contabilizadas más de 1,000 víctimas. De no haber sido por la decisiva acción de Israel, hoy estaríamos contando los muertos por decenas de miles entre la población drusa de Siria.
Su excelencia Reda Mansour, exembajador de Israel en Panamá, de origen druso, hizo públicas las consecuencias de la masacre, mismas que enumeramos a continuación:
El asesinato de todos los residentes del hospital Suida, incluidos médicos, enfermeras y pacientes.
Masacre de familias enteras en muchos pueblos de la provincia.
Ejecución en las calles de jóvenes drusos.
Violación de mujeres y niños.
Robo organizado y quema de edificios residenciales y de negocios.
Quema y destrucción de lugares sagrados.
Desconexión de la red eléctrica por unos días.
Prevención del suministro de alimentos a la ciudad.
Prevención de la entrega de medicinas.
Afeitado del bigote de los clérigos drusos para humillarlos.
Callaron y nada hicieron Pedro Sánchez, Gustavo Petro, Gabriel Boric, Inácio Lula da Silva, Micheál Martin, Emmanuel Macron, Francesca Albanese, António Guterres, Cyril Ramaphosa, Nicolás Maduro, Daniel Ortega y demás judeófobos, imposibilitados y seguramente frustrados al no poder descargar su furia antisemita en contra de Israel, país que de nuevo no le huye a sus responsabilidades y enfrenta con decisión al integrismo. Mientras tanto, Europa y los autodenominados gobiernos “progres” insisten en ignorar sus consecuencias, fieles a su política de avestruz y wokismo, que los ha convertido en rehenes de quienes, provistos de petrodólares, los invaden y buscan imponerles sus doctrinas fundamentalistas medievales.
El autor es graduado de Educación e Historia en la Universidad Hebrea de Jerusalén.

