En el diario La Prensa fue publicado, el pasado viernes 9 de mayo de 2025, un artículo de opinión suscrito por el Dr. Eduardo Flores Castro, rector de la Universidad de Panamá, en el que hace un recuento de las luchas universitarias a lo largo de la existencia de nuestra máxima casa de estudios y de la utilización de su autonomía como refugio para las luchas democráticas.
Con la única intención de que la historia no sea olvidada —pues el rector Flores omitió una parte importante de ella— es oportuno recordar que la patriótica lucha en contra de los Tratados Torrijos-Carter se llevó a cabo y fue liderada desde las aulas de la Facultad de Derecho y Ciencias Políticas de la Universidad de Panamá.
Esa lucha fue encabezada por el Centro de Estudiantes de Derecho (CED), dirigido entonces por el grupo estudiantil Vanguardia Popular (VANPOP), con el apoyo del Círculo de Acción Nacionalista (CAN), dirigido por Olimpo Sáez. Se recurrió a métodos como la consulta permanente al estudiantado en asambleas generales, la elaboración de manifiestos y volantes distribuidos en la clandestinidad, y la organización de marchas multitudinarias que culminaban en el Parque de Santa Ana. Allí, diversos sectores exponían sus planteamientos, pues la dirigencia estudiantil no era sectaria. Esa amplitud permitió sumar sin dificultad a profesores como el Dr. César A. Quintero, Miguel Antonio Bernal, y al Movimiento de Abogados Independientes (MAI), dirigido por el Dr. Carlos Iván Zúñiga, junto con Fabián Echevers, Winston Robles, Natividad Piñango, Miguel J. Moreno, entre otros destacados juristas.
Señor rector: esa lucha no puede ni debe ser ignorada en ningún escrito relacionado con las luchas de la Universidad de Panamá. Incluso fue —y sigue siendo— reconocida por los propios negociadores de los tratados y por el mismísimo general Omar Torrijos (a pesar de los pesares). Tampoco puede olvidarse la sangre derramada por nuestros mártires universitarios, como Jorge Camacho y Demóstenes Rodríguez.
Es pertinente recordar que, pese a las diferencias en torno al contenido de los tratados, fueron los universitarios quienes tuvieron el acierto y pragmatismo, a través del entonces rector Dr. Eligio Salas, de solicitar una reunión con el general Torrijos y su equipo. Esta fue aceptada y se realizó el 14 de septiembre de 1977. De ese encuentro surgió el llamado “veranillo democrático”. Fue un debate frontal y respetuoso. Torrijos lo aprovechó para mostrar a los norteamericanos que en Panamá existía una oposición ultranza a los tratados, mientras que nosotros obtuvimos acceso a la televisión, la radio y los periódicos —todos controlados por el “proceso revolucionario”—, lo cual necesitábamos para difundir nuestros planteamientos sin censura. En aquel entonces, los partidos políticos estaban proscritos y no existían medios de comunicación independientes.
También merece recordarse otro hecho histórico de esa generación: la quema del carro del embajador de Estados Unidos dentro de la propia Universidad de Panamá, como respuesta a una imprudencia de dicho diplomático. Fue un acto sin precedentes en América Latina: el primer —y único— automóvil de una embajada estadounidense quemado en una universidad de la región.
Igualmente dramático fue el audaz operativo de secuestro de un carro patrulla de la policía zonian —en plena lucha contra los tratados— que diariamente transportaba a los agentes encargados de arriar la bandera estadounidense del triángulo Shaler, en la Plaza José Remón Cantera, junto a la Asamblea Nacional. Hoy, en ese mismo lugar, se encuentra la nueva sede de la Asamblea Nacional.
Ese operativo fue llevado a cabo por estudiantes universitarios, entre quienes se encontraban Carlos Jones, Carlos Zabala y Jorge Alzamora (ya fallecidos, por eso los menciono), mi persona y otro hermano-amigo —a quien no puedo comprometer por estar aún vivo—, quien proporcionó el vehículo y lo condujo durante el seguimiento y ejecución de la acción. Solo un golpe de suerte para los policías zonian frustró nuestro propósito, aunque logramos ingresar exitosamente al radio patrulla. Esa iniciativa demuestra el compromiso y convicción de los estudiantes universitarios con su terruño.
La Universidad de Panamá tiene una historia de lucha patria innegable. Pero considero pertinente expresar, a modo de crítica constructiva y reflexión, que muchos egresados que luchamos dentro y fuera de sus límites sentimos que, a nivel estudiantil, se ha perdido el debate y la consulta al estudiantado de las distintas facultades. Incluso se desconoce quiénes son sus líderes, lo que antes era motivo de orgullo. Hoy vemos al universitario limitarse a trancar una sola parte de una avenida. En nuestro tiempo, esa medida era el último recurso, utilizado únicamente cuando éramos atacados por la fuerza pública. Entonces, la autonomía era un refugio, no un simple escondite.
Jamás la piedra o la molotov fueron la acción primaria: eran la última opción, y solo como mecanismo de legítima defensa.
Somos parte de una generación universitaria que, como otras anteriores, luchó a favor de los intereses nacionales con la palabra, los escritos, los debates y la confrontación de ideas de cara al sol, sin máscaras, no frente a un régimen democrático, sino frente a un régimen militar. El contenido de nuestros pronunciamientos era lo temido y respetado, no una capucha, una piedra, una molotov o un tranque. Por eso, con respeto, considero que debe haber un replanteamiento de los métodos de lucha que hoy utiliza la dirigencia estudiantil, para que sus antecesores —y la ciudadanía en general— sientan que “la autonomía es faro en la tormenta y voz de los silenciados”.
El autor es abogado.
