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Arrowsmith en Panamá

“Formación. Eso es lo que necesitas. Conocimiento fundamental. Aprende química. Aprende biología”.

Esa fue la recomendación que recibió Martin Arrowsmith, por entonces joven aspirante a médico, de parte de un galeno convencional que lamentaba no haber tenido el beneficio de esa formación científica.

Arrowsmith, novela de Sinclair Lewis publicada en 1925 y galardonada con el Premio Pulitzer en 1926, narra la trayectoria personal, científica, médica y profesional del personaje ficticio Martin Arrowsmith. La obra presenta el recorrido vital de un joven con enorme curiosidad y deseo de descubrir, que llega a convertirse en un investigador médico (o un médico investigador) que encuentra un nuevo principio curativo; que, en una etapa de su vida, cede a la presión social y a los espejismos del dinero y el poder; y que, en su última etapa, vuelve a lo que verdaderamente da sentido a su vida: el descubrimiento científico para beneficio de la salud humana.

La práctica de la medicina puede plantearse desde diversos ángulos: como mero oficio, como arte, como forma de poder, como servicio público o como ciencia. La medicina entendida como oficio y como arte es una práctica tan antigua como la humanidad misma, y ha ido evolucionando a medida que adoptamos nuevos conceptos e inventamos nuevas técnicas. Esta forma de ejercer la medicina se alimenta necesariamente de las ciencias biológicas, químicas, farmacéuticas y físicas, así como de tecnologías de materiales, mecánicas, electrónicas y computacionales.

Ahora bien, quienes hacen de la medicina un mero oficio carente de una vertiente de descubrimiento científico o desarrollo técnico generado por ellos mismos, delegan la responsabilidad de las bases mismas de su ejercicio a otros: biólogos, químicos, físicos, tecnólogos, matemáticos. Por ello, los profesionales que adoptan exclusivamente esta modalidad suelen carecer de la base científica necesaria para entender su oficio en profundidad. En definitiva, se trata de una práctica imperfecta, limitada e insuficiente de la medicina.

El fin de la Segunda Guerra Mundial supuso un punto de inflexión en la construcción de las sociedades actuales, con el reconocimiento, por parte de muchos gobiernos —sobre todo en Estados Unidos—, de la necesidad de realizar fuertes inversiones públicas para cambiar el curso de la historia hacia la modernidad tecnológica. En el campo biomédico, tales inversiones públicas dieron origen a nuevas universidades, departamentos e institutos enfocados en el desarrollo de tecnologías, y alentaron el nacimiento de la industria biotecnológica y una revolución en la industria farmacéutica.

El reconocimiento de la importancia crítica de generar nuevo conocimiento, técnicas y terapias en medicina impulsó la creación de programas de doble titulación, en los que los estudiantes de medicina combinan estudios clínicos con programas de doctorado que implican participación activa en proyectos de investigación y descubrimiento (programas “MD-PhD”). El éxito de estos programas en Estados Unidos, tanto para fortalecer sus sistemas de salud como para fomentar la innovación biomédica, propició su adopción en muchos otros países.

En Panamá existe un programa de doctorado para licenciados en medicina, gestionado conjuntamente por la Universidad de Panamá y el Instituto de Investigaciones Científicas y Servicios de Alta Tecnología (INDICASAT AIP), que representa un paso importante para conducir al país hacia la modernidad en biomedicina: un futuro en el que los médicos no podrán seguir siendo aplicadores pasivos de conocimientos generados por otros.

Hay que considerar que la imparable oleada de herramientas de la llamada “inteligencia artificial” aplicadas a las ciencias biomédicas hará obsoleta esa medicina practicada de forma pasiva. Los nuevos médicos solo serán útiles a la sociedad si poseen un profundo conocimiento del método científico, con formación y criterios sólidos para ir más allá de lo que indiquen los algoritmos de aprendizaje automatizado (machine learning). En este sentido, para Panamá será fundamental exigir a los futuros médicos una demostrada capacidad científica —en forma de publicaciones de alto impacto, descubrimientos y patentes— como requisito para acceder a posiciones de liderazgo en hospitales públicos o privados, y en los distintos niveles del sistema de salud.

A lo largo de la historia, numerosos médicos han contribuido a generar conocimientos y descubrimientos fundamentales para la medicina moderna, y algunos han sido galardonados con la más alta distinción científica: el Premio Nobel. De los cinco latinoamericanos premiados con un Nobel en ramas científicas, tres eran médicos: Bernardo Alberto Houssay (Argentina, 1947; glándula pituitaria y metabolismo), Baruj Benacerraf (Venezuela, 1980; complejo mayor de histocompatibilidad) y César Milstein (Argentina, 1984; anticuerpos monoclonales).

Para avanzar, nuestra sociedad necesita más médicos-científicos, de entre los cuales surjan quienes puedan aspirar, con méritos, a un Premio Nobel. También Panamá.

El autor es doctor en medicina y director del INDICASAT.


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