Autoritarismo en inglés...

Hace unos años, nadie hubiera podido predecir lo que está pasando en Estados Unidos. Y no es sólo lo que ocurre en “gringolandia”, sino la forma en que el mundo entero reacciona ante las medidas que está tomando el gobierno más irracional que han tenido desde que se independizaron en 1776.

Cada día aparece alguna nueva noticia sobre los intentos de desmantelar todos los controles democráticos de los que tanto presumió Estados Unidos durante más de 200 años.

Durante la campaña electoral del año pasado, cada vez que se advertía sobre el peligro que representaban las acciones que Donald Trump podría llegar a tomar contra sus opositores políticos, la respuesta general era que “los sistemas de controles, pesos y contrapesos de la democracia estadounidense no permitirán que eso ocurra”. Evidentemente, quienes decían eso no tenían la menor idea de lo que se asomaba en el horizonte.

En los algo más de 240 días que el gobierno de Trump lleva en la Casa Blanca, las medidas que han tomado parecen sacadas del manual más básico de cualquier régimen autoritario del tercer mundo. Desde los nombramientos de personas cuyo único mérito es adular al presidente —y que, a todas luces, carecen de las credenciales necesarias para ocupar sus cargos— hasta acciones de corrupción que escandalizarían hasta a un dictador subsahariano, nada parece sorprendernos ya. La metodología del presidente anaranjado y sus adláteres podría clasificarse como una mezcla entre un matoncito de cuarto grado y un sicario de la mafia neoyorquina. Para esta gente, la amenaza, el chantaje y la extorsión más descarada son parte de su manual de conducta natural.

Tan sólo esta semana, después del inaceptable asesinato del activista conservador Charlie Kirk, los seguidores del “Magamundo” trumpiano se han dedicado a atacar a todas las personas o grupos liberales, dando a entender que toda la violencia política que pueda producirse en Estados Unidos es una conspiración de la “izquierda radical” contra su proyecto de “hacer América grande nuevamente”. Es claro que no hay manera de justificar el asesinato, pero también hay que ponerlo en contexto: Kirk era un racista, misógino y supremacista blanco despreciable, que encontró en su discurso de odio una forma rentable de hacerse millonario a expensas de las donaciones de quienes compartían su pensamiento.

Conforme pasan los días, es más evidente la cultura de cancelación que este grupo impulsa contra todo lo que se les oponga. Hace dos meses, chantajearon a una de las cadenas de televisión más grandes de Estados Unidos para que sacara del aire el programa de Stephen Colbert, porque al presidente le incomodaban sus bromas, casi diarias, que lo dejaban en ridículo. (También hay que entender que Trump se la pone fácil a cualquier comediante que quiera mostrarlo como un perfecto estúpido). Los métodos que utilizan consisten en amenazas de decisiones regulatorias que afectarían los planes de negocio de las televisoras.

Esta semana, después de un comentario bastante inocente del comediante Jimmy Kimmel, el director del Comité Federal de Comunicaciones amenazó a la cadena ABC y a su propietaria, Disney Corporation, con bloquearles una transacción multimillonaria de fusión con otra televisora. Para sorpresa de todos, ABC entró en pánico y revocó de manera indefinida la licencia de Kimmel.

Lo que no contaba la empresa de Mickey Mouse era con la respuesta del público: cancelaciones de viajes a sus parques y cruceros, bajas masivas en suscripciones a sus servicios de TV pagada y bloqueos a la programación de sus canales abiertos. Ante esto, los altos ejecutivos de Disney ya dijeron que reconsideran su decisión y posiblemente permitan el regreso de Kimmel a las pantallas.

Pero mientras tanto, como cada vez que quiere desviar la atención de alguna noticia incómoda, Donald Trump multiplica exponencialmente las mentiras que improvisa en cualquier foro. Durante su viaje a Gran Bretaña esta semana, declaró ante periodistas que “los expertos en economía están sorprendidos de la forma en que Estados Unidos está recibiendo trillones de dólares en concepto de aranceles impuestos a media humanidad”. Lo dice con desfachatez, cuando los indicadores económicos muestran claramente que la inflación, el desempleo y la inversión directa en Estados Unidos están cayendo a niveles preocupantes. Ah, pero cuando alguien le pregunta sobre esto, se limita a decir que todo es culpa de Joe Biden. O, como hizo esta semana, llegó al extremo de amenazar a un periodista australiano con “acusarlo” ante su primer ministro por hacerle una pregunta que no le agradaba.

El verdadero gran problema es que el país que todos veíamos como ejemplo de valores democráticos demuestra ahora que no tiene la capacidad real de enfrentar a un gobierno autoritario como el que nunca habían vivido. Mientras tanto, el Partido Demócrata parece mantenerse en un estado catatónico, sin una respuesta política confiable para confrontar las medidas que Trump impone. Aunque hay que entender que las acciones legales toman tiempo en implementarse, los arrebatos del presidente anaranjado ocurren de forma instantánea y sin control alguno. En las últimas semanas, algunos personajes aislados del Partido Demócrata, como Bernie Sanders, Alexandria Ocasio-Cortez, el senador Cory Booker y el gobernador de California, Gavin Newsom, han alzado la voz ante los exabruptos trumpianos.

Habrá que esperar qué ocurre en los próximos meses y si surgen movimientos organizados que logren frenar los abusos contra las bases de la democracia. Pero lo que es un hecho es que, cuando el país que el mundo veía como modelo se ve afectado por el mismo autoritarismo que tanto criticó en otros lugares, la cosa no pinta bien…

El autor es médico cardiólogo.


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