Las enfermedades degenerativas del cerebro, como el alzheimer y el parkinson, representan desafíos considerables para los sistemas de salud en todo el mundo.
El aumento de la esperanza de vida ha llevado a una creciente población de personas mayores, lo que a su vez ha generado una carga importante en los costos de atención médica y la pérdida de productividad económica.
En este contexto, es imperativo abordar estas enfermedades mediante el desarrollo de terapias y la identificación de factores de riesgo.
Un aspecto crucial para mejorar la salud es contar con herramientas que faciliten un diagnóstico temprano y preciso, ya que los procesos patológicos que conducen a la muerte celular comienzan décadas antes de los síntomas. Un ejemplo es la proteína beta amiloide que comienza a acumularse en placas en el cerebro de personas con alzheimer hasta 20 años antes de que aparezcan los síntomas característicos de pérdida de memoria y confusión.
Esto implica que la mejor estrategia para ralentizar o detener la patología celular por medio de intervenciones farmacológicas es poder identificar a las personas en vías de desarrollar alzheimer.
En este aspecto, la búsqueda de biomarcadores, es decir, moléculas medibles en fluidos corporales como la sangre y el líquido cefalorraquídeo, ha ganado importancia.
Los biomarcadores proporcionan información valiosa sobre el estado clínico de una persona y pueden ser fundamentales para el diagnóstico, el monitoreo de la progresión de la enfermedad y la evaluación de la respuesta a un tratamiento. Los biomarcadores también son esenciales para comprender la complejidad de las enfermedades neurodegenerativas, las cuales involucran diversos procesos patológicos.
Actualmente, las terapias disponibles se centran en el manejo de los síntomas, sin abordar de raíz la enfermedad. Se necesitan estrategias que modifiquen la enfermedad y produzcan cambios duraderos en su progresión, interfiriendo con los mecanismos patológicos. La investigación reciente ha demostrado avances prometedores. En uno de los estudios de mayor impacto del 2023, un grupo de investigación de la Universidad de Emory en Atlanta (Haque et al. Science Translational Medicine 2023) demostró que un panel de 48 proteínas en líquido cefalorraquídeo puede identificar a las personas con alzheimer con una precisión del 94%.
Este panel no solo monitorea cambios en el metabolismo y el volumen del cerebro, sino que también predice el deterioro cognitivo futuro.
La predicción del deterioro es la clave de poder intervenir de manera oportuna con nuevos tratamientos y modificaciones conductuales.
Los biomarcadores ofrecen además una oportunidad única para comprender la patogénesis de las enfermedades cerebrales. En el mismo estudio, los resultados revelaron también nuevas claves moleculares sobre el alzheimer, resaltando la importancia de explorar la biología de estos marcadores para una definición más precisa de la enfermedad.
Mirando hacia el futuro, la investigación se centra en el desarrollo de herramientas diagnósticas confiables y accesibles que permitan identificar la disfunción neuronal en fases presintomáticas, antes de que aparezcan los síntomas. Predecir el deterioro cognitivo es donde el panel probablemente será más útil en el ámbito clínico. El panel de proteínas podría dar a los pacientes una mejor idea de qué esperar después de un diagnóstico de alzheimer, y ayudar a responder a la pregunta: ¿Qué tan rápido será el deterioro? Considerando eso, esta metodología se pudiera ampliar para uso en poblaciones clínicas.
El desafío nunca ha sido mayor. El 2023 fue un año trascendental para el tratamiento del alzheimer con el hito de la aprobación de un segundo medicamento de la clase conocida como anticuerpos monoclonales antiamiloide por parte de la FDA Estados Unidos. Pero estas terapias antiamiloide exigen mejores herramientas que identifiquen a quienes más se beneficiarían de ellas, y los biomarcadores son fundamentales para este propósito.
Aunque el desafío es considerable, la aprobación de nuevos medicamentos y las investigaciones pioneras señalan avances importantes en la lucha contra las enfermedades neurodegenerativas. Sin embargo, la prevención sigue siendo clave, destacando la importancia del control de la hipertensión, la actividad física y cognitiva, así como las interacciones sociales.
Sobre todo, es fundamental seguir exigiendo mayores inversiones en investigación y capacitación científica para avanzar en la comprensión y tratamiento de estas enfermedades que impactan en la vida de tantas personas en el mundo.
La autora es investigadora científica en el Centro de Neurociencias del Indicasat AIP e integrante de Ciencia en Panamá.

