No dijo nada de las instituciones políticas extractivas del poder despótico del Estado, tal como está concebido, ni de la intervención de ese poder en las actividades privadas de los ciudadanos particulares, que representan la causa raíz de la corrupción y violencia institucionalizada en América Latina.
El brasileño Roberto Caldas, presidente de la Corte Interamericana de Derechos Humanos, se propone combatir la corrupción sin entrar a debatir sus causas más profundas y contradictorias, obteniendo, obviamente, “momentos de avances y retrocesos”, como señaló a La Prensa en su edición del domingo 15 de octubre de 2017.
Con el descubrimiento de América surgieron los mercantilistas y banqueros modernos, quienes en el siglo XIX desvirtuaron la doctrina de la custodia por el de la deuda bancaria sostenida en la reserva fraccional del dinero bancario y su corolario inmediato, la creación del dinero fiat de los bancos centrales, permitiéndole a los burócratas de turno destruir todos los criterios objetivos de un sano gobierno mediante las políticas populistas que comenzaron a surgir a partir de ese momento, que terminaban en crisis llenando los bolsillos a los poderosos y perjudicando a los pueblos por los recurrentes ciclos económicos.
El nuevo Estado moderno de la sociedad industrial mantenía la esencia del mismo poder despótico dividido en dos grupos supuestamente irreconciliables, pero parte de una misma moneda: mercantilistas (banqueros, gremios, oligarcas, terratenientes e imperialistas) al que se denomina también fascistas, y comunistas (socialistas, estatistas, sindicatos), al que denominan progresistas. Ambos creen en el intervencionismo de la propiedad privada, pero los comunistas también impulsan su nacionalización, y ambos se enriquecen ilícitamente como Odebrecht ha puesto en evidencia. Ambos han fallado estrepitosamente.
Estas nefastas políticas fueron científicamente denunciadas a finales del siglo XIX por la Escuela Austríaca de Economía, en lo que se llamó el debate del método de ciencias sociales sobre economía política, que culmina con la expulsión de esta escuela de la academia en Alemania, no sin antes advertir en 1910 que tales intervenciones conducirían a las guerras mundiales, aparición de toda clase de dictaduras y la destrucción de las naciones de Occidente.
Los austríacos recuperaron la economía política clásica de las garras de estos grupos políticos que, apoyándose en ella, desvirtuaban su significado en el imaginario colectivo que venía alimentándose de la opinión pública política y la ley de los grandes números, obteniendo como corolario político el sufragio universal. Era la única manera de que los monopolios y prebendas se conservaran en el nuevo régimen industrial.
Y eran precisamente las guerras lo que el liberalismo clásico trataba de dejar atrás mediante el descubrimiento de leyes universalmente válidas a priori de la experiencia histórica e independientemente del lugar, raza y credo desde la caída del feudalismo, para sustituirla por el comercio; la asignación arbitraria de los precios, incluyendo los salarios, por la cataláctica, la teoría del mercado, entendida como ciencia económica sin intervención estatal; y los bancos siendo custodios del dinero como medio de cambio de los creadores de riqueza, el productor honesto en un libre mercado, para incentivar el ahorro y las actividades productivas no especulativas ni inflacionarias. Todo terminó siendo politizado y mercantilizado en el nuevo régimen llevando a Occidente a las guerras, dictaduras y destrucción, como había sido advertido.
Ya no hay debate de principios. Callar por deber al poder despótico es la respuesta virtuosa. Por ende, todo intento de desmantelar la corrupción pasa primero por dejar atrás las políticas intervencionistas, impulsar la voluntariedad entre los latinoamericanos, revisar los principios metafísicos, epistemológicos y éticos que sostienen sus sistemas sociales, y denunciar en bloque la nefasta política exterior norteamericana en nuestros pueblos, y que cuente con el apoyo irrestricto de la comunidad internacional dada la disposición de cambio y voluntad política.
La praxeología, la ciencia de la acción humana, del preclaro don Justo Arosemena en la que se acostó la Escuela Austríaca de Economía, debería ser introducida en el pensum académico de la educación panameña, pero dejando atrás sus conceptos a priori para ser sustituidos por la teoría objetivista de los conceptos del Objetivismo de Ayn Rand, ambas corrientes de pensamiento son aristotélicas, quien descubrió el instrumento para validar y sistematizar el conocimiento humano.
El autor es docente universitario