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Cerro Sosa: el ceniciento de Ancón

Cerro Sosa: el ceniciento de Ancón
Vista aérea del cerro Sosa (cara Oeste): Vista aérea del puerto de Balboa, en la que se pueden apreciar las cicatrices en el cerro Sosa, producto de su servicio como cantera a partir de 1908 (septiembre de 1936; Fuente: National Archives at College Park)

El cerro Sosa es uno de los hitos geográficos más apreciados de la capital panameña, especialmente para los vecinos del corregimiento de Ancón. Sin embargo, su historia demuestra que este gigante de piedra y vegetación ha sido, una y otra vez, el eterno sacrificado cada vez que la ciudad o el país han necesitado desarrollar obras de infraestructura consideradas esenciales para el bien colectivo.

Su primer gran riesgo ocurrió en 1905, cuando fue descartado como barrera de protección para la esclusa del Pacífico ante el potencial fuego de un barco enemigo, cuando esta se pensó colocar detrás del cerro. En ese momento, al mayor George W. Goethals, miembro de la Isthmian Canal Commission (asumió como ingeniero jefe en 1907), le pareció más prudente ubicar la esclusa en Miraflores, como finalmente ocurrió.

Ese respiro duró poco. Para 1907, la ladera suroeste del cerro Sosa ya había sido identificada como el sitio idóneo para establecer una cantera destinada a suministrar roca triturada para las grandes obras del Canal. La cantera entró en operación a inicios de 1908 y rápidamente comenzó a producir enormes volúmenes de material que se trasladaban por ferrocarril hacia los puntos de construcción, incluyendo las esclusas de Miraflores y Pedro Miguel.

Cerro Sosa: el ceniciento de Ancón
Planta central de mezcla y bacheo del cerro Sosa: Planta central de mezcla y bacheo del cerro Sosa y flota de mezcladoras (noviembre de 1943; Fuente: National Archives at College Park)

En 1913 volvió a ser intervenido. Ese año comenzaron los trabajos de acondicionamiento del área donde se construirían los diques secos de Balboa, lo que implicó excavar unos 229,366 metros cúbicos de material en la ladera noroeste del cerro. Las rocas obtenidas no se desperdiciaron: se utilizaron como relleno para habilitar los nuevos talleres y el patio terminal del puerto.

Una vez inaugurado el Canal, la cantera siguió siendo valiosa. En 1916 proporcionó roca de alta calidad para reforzar el rompeolas Este, en la bahía de Limón, en Colón. La dureza del material extraído en el cerro Sosa era reconocida como superior para fabricar bloques de concreto capaces de resistir el embate constante del mar del Norte. Pero esta actividad tuvo un alto costo humano: ese mismo año, el lunes 24 de enero de 1916, una explosión prematura de dinamita provocó la muerte de tres trabajadores de la nómina Plata (Silver Roll), un recordatorio del peligro que implicaba operar la cantera en aquellos tiempos.

Aunque su uso disminuyó después, la evidencia fotográfica demuestra que la cantera nunca estuvo completamente inactiva. Imágenes de 1936 y 1943, compartidas en esta nota, muestran actividad intermitente. También existen publicaciones realizadas en The Panama Canal Spillway que registran labores en 1967 y 1969, especialmente para destacar la labor de los trabajadores que mantenían viva la operación.

Pese a tantos golpes, el cerro también fue objeto de afecto y restauración por parte de la comunidad, ya que entre 1972 y 1976 ocurrieron varios esfuerzos significativos para reforestarlo. Estudiantes, maestros, científicos y ciudadanos comprometidos con la ecología de la antigua Zona del Canal se unieron para llevar a cabo uno de los proyectos de siembra más ambiciosos de la época: casi 30,000 semillas de teca y otras especies nativas —jaboncillo, roble, corotú, algarrobo, carate y cuipo— fueron lanzadas desde un helicóptero sobre el cerro Sosa.

Al cerro le tocó enfrentar incendios que casi arrasaron con el esfuerzo de reforestación, pero nuevamente surgió la solidaridad: jóvenes Scouts de la Zona del Canal iniciaron un programa de irrigación selectiva para mantener vivas las plántulas sobrevivientes y prepararlas para la llegada de la estación lluviosa.

Desconozco con certeza el año exacto en que dejó de funcionar la cantera, pero el cerro obtuvo un respiro crucial en 1997, cuando la Ley 21 lo designó como área verde urbana y patrimonio de la Autoridad del Canal de Panamá. Esa declaración lo colocó, al menos en teoría, bajo un régimen de protección que debería garantizar la preservación de su paisaje y su cobertura vegetal, convirtiéndolo en un pulmón natural para la ciudad.

Sin embargo, la misma ley establece una excepción significativa: no prohíbe el desarrollo de infraestructura pública estratégica ni las obras declaradas de utilidad pública nacional. Esa disposición legal es la que ha permitido que nuevas intervenciones —como las relacionadas con el cuarto puente— vuelvan a afectar la integridad del cerro Sosa, pese a su condición de área verde protegida.

Durante décadas, el cerro logró recuperarse de incendios, intervenciones y abandonos, llegando a mostrar una exuberante cobertura vegetal que se mantenía, hasta hace muy poco, en todo su perímetro. Hoy vuelven a verse cicatrices abiertas en su superficie, heridas que duelen a quienes lo consideran parte de la identidad paisajística de Ancón y de toda la ciudad. Y aunque comprendamos la necesidad de ciertas obras, es innegable que el cerro Sosa ha sido, históricamente, “el gran sacrificado de siempre” en nombre del progreso.

Ahora toca esperar a que, una vez concluidos los trabajos actuales, el cerro pueda recuperar su verdor y vuelva a cumplir el propósito que la Ley 21 quiso otorgarle: ser un espacio para el disfrute de la naturaleza, la recreación ciudadana y el respiro ecológico de una urbe que continúa creciendo.

El autor es PhD en oceanografía biológica y coordinador editorial de la Fundación MarViva.


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