Muchos ven la ciencia como algo lejano: batas blancas, laboratorios, fórmulas complicadas. Sin embargo, hoy la mayoría de nosotros tiene un experimento científico en el bolsillo: el celular.
Cada vez que usamos una app de transporte, hacemos un pago con código QR o subimos una historia a redes sociales, estamos interactuando con resultados de décadas de investigación en física, matemáticas, informática y psicología. Sin esa base científica, no habría GPS, reconocimiento facial, ni algoritmos de recomendación.
Detrás de TikTok, Instagram o YouTube hay modelos computacionales que analizan lo que miramos, durante cuánto tiempo lo hacemos y qué reacciones tenemos. Aprenden de nosotros. Nos muestran lo que probablemente nos gustará. Pero también deciden qué no veremos. Esa selección, basada en ciencia de datos, afecta lo que compramos, lo que opinamos e incluso cómo votamos.
Eso no es teoría. En varios países se ha demostrado que campañas organizadas han usado algoritmos para influir en elecciones. También se ha documentado cómo ciertas plataformas amplifican contenidos emocionales para retener nuestra atención.
¿Significa esto que la ciencia es peligrosa? No. El problema no es la ciencia, sino cómo se usa. Por eso, es importante entenderla. No para ser expertos, sino para ser ciudadanos más críticos y conscientes.
¿Quién decide qué ves cuando abres tu celular? ¿Tú o un sistema que aprendió tus gustos y te los repite? La ciencia no está lejos. Vive en tu pantalla. La próxima vez que revises tus redes, piensa en todo lo que ocurre detrás. Porque entender cómo funciona el mundo digital es también una forma de recuperar el control sobre nuestras decisiones.
El autor es consultor de empresas con MBA en Finanzas Corporativas e integrante de Ciencia en Panamá.


