Colón es una tierra de contrastes profundos y riqueza inigualable, pero también de dolorosa negligencia. A pesar de ser el epicentro de operaciones clave para la economía del país, como el 60% de las actividades del Canal de Panamá, los puertos internacionales, la Zona Libre de Colón y zonas francas petroleras, sus habitantes han sido sistemáticamente relegados por los gobiernos centrales a lo largo de la historia. Esta desconexión ha generado una fractura social y económica que no solo es injusta, sino también contraproducente para el desarrollo nacional.
Colón es un testimonio de la inequidad. Mientras su infraestructura estratégica sostiene gran parte del motor económico de Panamá, sus comunidades enfrentan pobreza, desempleo y falta de oportunidades. El esplendor de sus recursos contrasta con la precariedad de sus calles y los rostros de sus habitantes, quienes ven pasar a diario una riqueza que no llega a sus manos. Es una paradoja dolorosa y una prueba evidente de que el progreso económico, sin justicia social, no es un desarrollo verdadero.
Su abandono no es casualidad; es el resultado de décadas de decisiones políticas que han priorizado otras regiones, ignorando las necesidades y el potencial de esta provincia. Sin embargo, esta realidad no puede seguir siendo ignorada. Es imperativo que el presidente Mulino, en su mandato, mire hacia Colón y sus habitantes. Más que un acto de justicia, es una estrategia inteligente para el desarrollo integral de Panamá.
La cercanía de Colón a la ciudad de Panamá es una ventaja que no puede ser subestimada. Mientras regiones como Arraiján y La Chorrera han visto un crecimiento comercial e inmobiliario significativo debido a su proximidad a la capital, Colón ha permanecido en las sombras, a pesar de contar con condiciones similares o incluso superiores. La provincia tiene un potencial inigualable para convertirse en un eje de desarrollo que beneficie tanto a sus habitantes como al país en general.
Las oportunidades son abundantes. En el ámbito comercial, Colón podría convertirse en un centro logístico global, aprovechando sus puertos y la Zona Libre para atraer inversión extranjera y generar empleos. En el sector inmobiliario, la provincia ofrece extensiones de tierra que podrían ser utilizadas para proyectos residenciales, industriales y turísticos, brindando una alternativa competitiva a las áreas congestionadas de la capital. Además, su riqueza cultural e histórica podría ser el motor de una industria turística vibrante que celebre las contribuciones de la etnia negra y el legado afrocaribeño, que son el alma de Colón.
Sin embargo, para que estas oportunidades se materialicen, es necesario un compromiso firme del gobierno central. Esto implica una inversión significativa en infraestructura, educación y salud, así como políticas que promuevan el desarrollo inclusivo. No se trata solo de construir carreteras o edificios, sino de construir confianza y esperanza en una comunidad que ha sido traicionada una y otra vez.
La gente de Colón es resiliente. A pesar de las adversidades, han mantenido viva su cultura, su música y su espíritu de lucha. Pero la resiliencia no debe ser excusa para la indiferencia. Es hora de que el gobierno vea a Colón no solo como un recurso económico, sino como una comunidad vibrante y digna de oportunidades. Es hora de que se reconozca que el bienestar de Colón está intrínsecamente ligado al bienestar de todo Panamá.
Colón no puede seguir siendo el gran olvidado. Su riqueza y potencial esperan ser liberados no solo en beneficio de sus habitantes, sino de todo el país. Clama por un futuro mejor, uno en el que su riqueza no sea solo un espejismo, sino una realidad tangible para quienes la habitan. Es un sueño que puede hacerse realidad si el gobierno actual toma la decisión valiente de priorizar a Colón, no como un apéndice de Panamá, sino como un corazón vital para su progreso.
La autora es abogada.

