AGRADECIMIENTO

Por poco el colonialismo casi me traga

No debo callar que cuando mi madre contrajo nuevas nupcias con Epifanio Rojas, electricista que laboraba desde muy joven en las esclusas de Miraflores, tuvimos el privilegio de residir en varios sitios segregados del área canalera. Frente a esas compuertas vi pasar cientos de barcos de guerra para enfrentar al conflicto bélico contra los alemanes y japoneses, conviviendo en esos años de mi adolescencia con los soldados que ocupaban las bases militares, donde se nos brindaba distintos refrescos y las marcas de chocolates que digeríamos gustosamente. Allí en esa primera vivienda que ocupamos recibimos toda clase de implementos deportivos, entre otros para jugar golf que siempre abandonaban cuando los llamaban para enfrentarse en el campo de batalla.

Cuando la guerra concluyó todos los vecinos nos apoderamos de lo que había en esos campamentos, incluso uniformes militares. Debo decir que las iguanas llegaban mansitas por todas partes y con una docena por lo menos me trasladaba a venderlas al mercado público.

Se me ofreció la oportunidad de matricularme en esos centros para latinos y negros, pero las autoridades canaleras solicitaban a los padres que adoptaran el apellido del padrastro, cuando no eran hijos biológicos y el nombre de mi padrastro era Epifanio Rojas y si mi madre hubiera aceptado, sería en adelante, Rojas y no Herrera tan orgulloso de llevarlo.

Debido a esas circunstancias, por la negativa de mi madre, que era la única condición para ingresar a dichas escuelas colonialistas, tuve el alto privilegio de que fuera matriculado en el Instituto Nacional, donde pronto me contagié del nacionalismo y que  con las lecturas de las novelas de Joaquín Beleño, la primera titulada Luna verde, comencé a comprender todo aquello que significaba en mi mente y que no entendía del poder colonial, sintiendo un enorme arrepentimiento y vergüenza al propio tiempo por el ocupante de nuestro territorio.

El Instituto Nacional era entonces una enorme trinchera de rebeldía, puesto que en horas nocturnas funcionaba la Universidad de Panamá, que fue construida años después en terreno propio donde se encuentra, gracias al maestro de juventudes, doctor Octavio Méndez Pereira y desde luego con apoyo del presidente Harmodio Arias, al que todavía debemos mucho como mandatario de su elevado patriotismo.

En el Instituto Nacional fui bautizado con la primera prueba de fuego, cuando al refugiarnos tras un enfrentamiento en las calles con la Policía Nacional, comandada por el coronel José Antonio Remón y por no someterse a su arbitrariedad el presidente, doctor Daniel Chanis, fue derrocado.

La noche del 19 de noviembre de 1949 pelotones de policías dispararon contra ese augusto plantel y hubo heridos y algo extraordinario sentí en mi espíritu a la edad de 17 años: que estaba dispuesto a ser un héroe.

Ese patriota que siempre he sido y seguiré siéndolo, nació esa noche y se lo debo a mi madre, a quien sigo amando más allá de su muerte.

Ella fue Bertilda Arosemena de Rojas y siento que su espíritu me sigue protegiendo.

El autor es abogado y periodista


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