Eventos cotidianos como ducharse con agua fría, abrir el refrigerador, caminar al mediodía por la avenida Central o colocar la mano cerca de la llama de una vela son ejemplos sencillos que nos permiten explicar cómo nuestro cuerpo procesa estímulos externos como la temperatura.
La termosensación, el proceso mediante el cual percibimos la temperatura, es fundamental para la supervivencia de los organismos. En los mamíferos esto ocurre gracias a un conjunto de neuronas ubicadas en la zona más externa de la piel, que responden al calor y al frío. En particular, existe un subconjunto de canales iónicos llamados termoTRP (Receptores de Potencial Transitorio) que se activan ante estímulos térmicos, enviando señales a distintas áreas del cerebro encargadas de procesar la información sensorial que nos permite sentir calor o frío.
Los canales de iones son proteínas situadas en las membranas celulares. Al activarse, permiten el flujo de iones cargados eléctricamente hacia dentro y fuera de las células, de manera similar al funcionamiento del Canal de Panamá, que regula el paso de barcos entre los océanos Pacífico y Atlántico. A finales de los años 90 se identificó el primer canal térmico, TRPV1, que se activa a temperaturas superiores a 42 °C y también responde a la capsaicina, el compuesto activo de los ajíes responsable de la sensación picante.
El TRPV2 es un canal que se activa a temperaturas cercanas a los 50 °C, ya nocivas para el ser humano. El TRPM8, en cambio, responde a temperaturas bajas pero agradables, alrededor de los 12 °C, y también al mentol. Por su parte, el TRPA1 es el canal del frío nocivo, activado a temperaturas consideradas dolorosamente frías para los humanos. Además, existen otros canales que se activan a temperaturas intermedias, como TRPV3, TRPV4, TRPM2, TRPM4 y TRPM5.
La termosensación no solo nos permite disfrutar de un jugo de raspadura bien frío o evitar quemaduras: también es clave en procesos como el dolor. Estos hallazgos marcaron el inicio de nuestra comprensión sobre cómo el sistema nervioso interpreta el entorno.
El autor es profesor y neurocientífico del Departamento de Fisiología y Comportamiento Animal de la Universidad de Panamá, e integrante de Ciencia en Panamá.
