Niños sin caminos para ir a la escuela, sin electricidad para conectarse a internet, con inseguridad alimentaria y sin recursos para libros o infraestructura. Ah, pero no pasa nada con la educación: ¡la ministra dará computadoras! Listo, los chicos ahora podrán jugar Minecraft en sus equipos, estudiar y, quizá, olvidar las preocupaciones.
Recuerdo que hace unos meses, cuando inició la administración de la ministra, su anuncio de entregar computadoras causó un gran revuelo. Las opiniones se polarizaron sobre si era una buena medida o no. Poco después, la misma gestión enfrentaba protestas, retrasos en clases, infraestructura deficiente y presupuestos sin un destino claro.
Hoy, los temas de conversación son redes sociales, tecnología y digitalización. La llegada de avances digitales a Panamá es excelente, sin duda. Pero, ¿es realmente el momento correcto?
La tecnología abre puertas: artículos, libros sin fin, conocimiento y recursos. Pero, como toda oportunidad, también puede convertirse en un perjuicio. Una computadora en un salón significa que otro estudiante, en otra región del país, podría no tener acceso. Quien la recibe tiene un mundo abierto; quien no, enfrenta claras desventajas. No se trata de privatizar el conocimiento, sino de garantizar que la transformación educativa cierre brechas, no que las amplíe.
La lógica resulta absurda: no se puede destinar un presupuesto millonario a computadoras mientras los jóvenes carecen de lo más básico. Hay salones sin proyectores, tableros o sillas, y escuelas cuyos edificios están al borde del colapso.
Insisto: no es el momento correcto. Incluso si se integra tecnología, ¿dónde están los profesionales capacitados para usarla? El panorama sigue dominado por un sistema tradicional y conductista, con metodologías que no permiten desarrollar plenamente las habilidades de los estudiantes. ¿No convendría iniciar por ahí antes de buscar soluciones digitales?
Aunque se intente cerrar brechas, siempre habrá algo que diferencie a quienes tienen dinero de quienes no. Algunos estudiantes desertan del colegio para llevar comida a casa; otros solo quieren un salón seguro donde aprender. Como escribió Eduardo Galeano en El libro de los abrazos: “Los nadie: los hijos de nadie, los dueños de nada… los nadie que no son aunque sean algo, los que cuestan menos que la bala que los mata”. Una educación pública al mismo nivel que la particular no es imposible, pero requiere pasos coherentes y estratégicos.
La tecnología puede ser una gran innovación educativa, sí. Pero si queremos mejorar la educación y cerrar brechas, este primer paso es equivocado. Antes, la educación debe funcionar de verdad; solo entonces la computadora dejará de ser un objeto y se convertirá en una puerta real a oportunidades para todos los estudiantes.
La autora es estudiante del duodécimo grado.

