Similar a las etapas de duelo, existen etapas por las cuales nuestra mente transita cuando nos sentimos bajo ataque: negación, sublimación, formación reactiva, entre otras. Estos mecanismos de defensa son patrones comunes en personas que no están acostumbradas a asumir responsabilidad por sus actos.
Sin intentar hacer un juicio preliminar sobre las actividades a las que se les está acusando a ciertas entidades gubernamentales, es importante analizar y cuestionar las reacciones poco profesionales, y comunicacionalmente agresivas, que han tenido en los últimos días.
Muchas personas piensan, erróneamente, que las ciencias de la comunicación llevan la palabra “ciencia” de primer nombre, meramente como un adorno para alargar el texto en el diploma de aquellos quienes estudian la carrera. Debo defenderla, siendo testigo de cómo la comunicación es una ciencia que, al aplicarla de la manera debida, puede resolver problemas graves y, al aplicarla de la manera incorrecta, puede generar complicaciones muy difíciles de resolver.
La manera en que nos comunicamos no solamente define la percepción que tienen los demás sobre nosotros, sino la que tenemos sobre nosotros mismos.
Muchas oficinas públicas han establecido departamentos y direcciones y destinados grandes presupuestos para asegurarse de comunicar sus esfuerzos. Sin embargo, la estrategia de comunicación de la administración actual es muy peculiar.
El país está inundado en vallas de auto halagos: cantidad de meses que llevan en el poder o en cuánto está el precio del galón de gasolina. Esto es información importante (¿creo?), sin embargo, hablo por un gran porcentaje de la población cuando digo que nos preocupa más todos los interrogantes que han dejado sin respuesta.
Un ejemplo claro fue el intento de pronunciarse sobre solicitudes de transparencia de ciertos precandidatos por la libre postulación hacia el Tribunal Electoral. Mientras que, si respondieron, lo hicieron con videos agresivos y comunicados incompletos: un tipo de comunicación extremadamente a la defensiva.
Frecuentemente, encontramos ejemplos de comunicación a la defensiva en comentarios de publicaciones en Instagram o en Twitter, de parte de usuarios que no están de acuerdo con lo que otra cuenta transmite.
La comunicación a la defensiva es peligrosa, porque no deja espacio para escuchar; automáticamente levanta una barrera y establece una posición precipitada. Es posible que la hayamos normalizado, debido a que este tipo de comunicación es el modus operandi de las redes sociales. Es bastante común, pero no significa que nuestras autoridades puedan y deban adoptarla.
Las redes sociales pertenecen a una tierra extraña, con sus propias leyes y normas. Cualquiera se llama medio de comunicación, y limitan a 1080 pixeles x 1080 pixeles sus “investigaciones periodísticas”.
Las redes se prestan para irresponsabilidades y debemos, como ciudadanos, exigir que esta irresponsabilidad no sea transferible a comunicados oficiales, mucho menos cuando este tipo de respuesta viene de una autoridad o un funcionario público en ejercicio de sus funciones.
La comunicación a la defensiva no busca establecer una conversación, y me parece curioso que haya sido el método por preferencia de esta administración, cuando días atrás alardeaban sobre la importancia del diálogo.
Como ciudadanos, estamos en todo nuestro derecho de exigir que se nos responda, y que se analicen nuestras peticiones. Hay que mantenernos pendientes del mensaje más importante: el mensaje subliminal, que, irónicamente, no es lo que se dice, si no lo que se deja de decir.
La autora es periodista y estudiante de derecho y ciencias políticas.

