En el primer cuarto del siglo XXI la humanidad se ha deshumanizado de una forma acelerada. Tenemos más guerras, más brechas sociales, más personas despojadas de su patria, más violencia urbana y política, más indiferencia, más incomunicación. Después de la pandemia de 2020 la humanidad debió sentar cabeza, pero ha sido todo lo contrario.
Cuando navegamos en las redes buscando información de interés de los temas que nos preocupan, el algoritmo nos va arrojando una cantidad de datos que uno termina horrorizado. Con el tema de Gaza llegué a la conclusión de que el diagnóstico de nuestra época es sombrío y desalentador. Es una época paradójica con un relato irónico que da miedo. Es un mundo de sombras, de extrema estupidez y de gran egoísmo. Vivimos hiperconectados desde la tecnología y a la vez divididos, aislados y ciegos. Es una de las épocas más violentas, solitarias y desiguales.
A nivel mundial, el aumento de conflictos bélicos como el de Ucrania, Gaza y Sudán muestra un panorama triste donde parece que los grandes países son indiferentes. Los desplazamientos forzados de personas por la guerra implican el desarraigo físico, y una profunda vulneración de derechos humanos donde los que más sufren un cruel destino son los niños. Los problemas generados por esta crisis y su impacto en la dignidad humana son diversos. El derecho a la vida y a la seguridad personal es el principal elemento para vivir y muchas personas son privadas de él.
Existen tantas causas de esta deshumanización: una ciega voluntad del capital y el poder que van en contra de la voluntad de cuidar y ayudar; el uso de la tecnología para alienar y sustituir lo realmente humano; la normalización de la violencia y el dolor humano desde los medios de comunicación como un espectáculo; el narcisismo y el culto al individualismo; la crisis de liderazgo global, una política sin ética, egoísta y mediocre. Y un elemento que pienso que es la madre de todo: la pérdida de empatía; el discurso de odio contra el otro.
Con esta numeración de males que acabo de hacer uno termina convencido de que los humanos estamos determinados en auto destruirnos. Pero aún me doy la oportunidad de mirar posibles caminos; aún en nuestros pequeños contextos, me permito tener el coraje para realizar sencillas acciones que puedan hacer que la gente tenga más empatía.
Creo que muchos de nosotros trabajamos en lugares privilegiados donde las acciones que realizamos pueden tener raíz para hacer crecer la esperanza. La humanidad no se pierde solo en los grandes escenarios de conflictos y desastres, también se pierde en los espacios que descuidamos y no valoramos porque hemos dejado que se empodere la indiferencia y la mediocridad.
Las bibliotecas, por ejemplo, son espacios físicos de encuentro, refugio y aprendizaje en esta época de conflictos y tensiones. Los programas y actividades que se pueden generar en una biblioteca escolar o pública pueden estar diseñados para reflexionar sobre los problemas de la sociedad. Sensibilizar a la comunidad sobre la importancia de cuidarnos de no ser insensibles es una propuesta viable. Podemos contribuir con acciones que generen resiliencia y empatía. Por ejemplo, un taller de lectura o un cine foro en una biblioteca pueden ayudar a hablar de cosas que le pasan a otras personas y que podrían pasarnos a nosotros.
Además tenemos que recordar que una biblioteca no solo sirve para realizar actividades relacionadas al libro o la promoción de la lectura. La salud, el arte, la música, el juego, el debate, los festivales, las exposiciones, la gastronomía, y muchas otras razones con enfoque humanitario se pueden dar en un lugar solidario que es la biblioteca porque ella es un refugio social para todas las personas. Las bibliotecas son territorios ya reconocidos para reconectar lo humano, para rescatar lo que se ha perdido y reparar lo que está herido.
Las bibliotecas están llamadas a provocar una revolución. Una revolución de felicidad, de empatía, de resiliencia, de solidaridad y, sin lugar a dudas, una revolución de la educación. Pero esta educación constituye una categoría, como ha sentenciado Leonardo Boff, central del nuevo paradigma. Frente a la deshumanización, Panamá tiene respuestas: bibliotecas que abrazan, bibliotecas que cuidan, solidarias, reparadoras y que hacen conexión con las comunidades.
La responsabilidad de que las bibliotecas cumplan su rol es una tarea colectiva: gobiernos, centrales y locales, quienes deben priorizar presupuestos para “cuidar” la biblioteca; ciudadanos, quienes hemos de elegir entre la indiferencia y la mediocridad o la empatía y la esperanza.
La pregunta al final será: ¿Aprendimos, a cuidarnos? La deshumanización no es algo invencible. Parece algo irreversible, pero no lo es. La suma cotidiana de pequeñas acciones puntuales para blindarnos de empatía y proteger las cosas que nos hacen mejorar a las personas es realizable. Otra ruta es posible. Otros senderos para caminar buscando nuevos horizontes.
El autor es escritor.

