La Jornada Mundial de la Juventud es uno de los pocos eventos que logra tener un impacto a nivel mundial, y no hay mejor oportunidad que esta para abrir al mundo las puertas de nuestro hermoso Panamá.
La jornada ha traído para muchos opiniones encontradas, desacuerdos en medios de comunicación y discusiones en redes sociales. En mi opinión, se ha vulnerado un poco el respeto que hay por las creencias religiosas individuales por parte de quienes no comulgan con la religión católica, y que han buscado excusarse detrás de la inconformidad que existe con respecto a los gastos de infraestructura destinados a su organización. Pero la realidad de las cosas es que la disconformidad manifiesta con respecto a la utilización de los fondos del Estado es un obstáculo con el que venimos luchando como nación desde mucho antes de que nos convirtiéramos en anfitriones de este acontecimiento. Y es una lucha que no debe cesar, y que en efecto es válida.
Es cierto que es nuestra responsabilidad como ciudadanos exigir un gobierno transparente que nos haga sentir cómodos con sus decisiones y no burlados por dirigentes que subestiman la capacidad intelectual de la población, que justifican la utilización de los fondos del Estado en objetivos que no son tangibles, porque seguimos sintiéndonos inconformes con la mayoría de las entidades y servicios que presta el Estado, y humillados en tanto se descubren nuevas formas en que la corrupción se ha filtrado en las labores de nuestras autoridades.
Pero nos equivocamos si dirigimos nuestra inconformidad hacia la Iglesia católica, hacia los creyentes o los peregrinos, porque no es su responsabilidad si sentimos que nuestro gobierno fracasa en su labor de administrar correctamente el dinero del Estado.
Pero, sobre todo, no debemos dejar que nuestra protesta nos haga perder la perspectiva de lo que este evento objetivamente representa. Es la oportunidad de tener los ojos del mundo sobre nosotros, y a sus habitantes caminando en nuestras calles; de demostrar de cerca lo que es ser panameño; lo que sea que para ti eso represente, deja que sea una imagen positiva, una invitación cordial para que de todas partes del mundo conozcan lo mejor de Panamá, el carácter de su gente.
Independientemente de si eres o no católico, es necesario unirnos a la oportunidad de ser anfitriones de un evento que además de ser un encuentro espiritual, es también un intercambio cultural invaluable. Hagamos nuestro mejor esfuerzo por respetar las creencias religiosas de todos, tomando en cuenta el ajetreo negativo del mundo actual y todas las frustraciones que representa; creer que hay un poder superior y más grande que el hombre trae una paz incomparable para enfrentar el día a día.
La autora es abogada
