La semana última fue el manjar de la codicia y la egolatría, donde el sur de las Américas se ha tenido que aguantar el trasero del norte. Y cuando la miel se estropea.
La urgencia de resolver una crisis obedecía a la precipitación inestimable de la fecha de la elección del Nobel de la Paz, cuya decisión ya se había tomado el mes anterior. La apurada búsqueda en las apiñadas páginas del calendario gregoriano se confundía con las repetidas instrucciones de cómo colgarse la medalla de cartón pintada de oro, con la efigie de Alfred Nobel y otras técnicas de extorsión. Pura y dura estrategia del gato muerto. El resultado: la Tierra no se movió alrededor del Sol.
El lunes, con prepotencia acostumbrada, la pregunta de la periodista: “Con este intercambio de secuestrados y prisioneros, ¿se acaba la guerra en el Medio Oriente?”, es brutalmente sepultada. “¡No entendiste, no entendiste que se acabó la guerra!”. Bastó un día para que Israel acusara a Hamás de violación al cese de fuego. Desafortunadamente, la guerra no se acabó; sus raíces no son solo milenarias, sino profundas, y solo podría variar cuando se reconozcan dos Estados y otras cositas. Y eso lo sabe Netanyahu. Y Trump también lo sabe.
El lunes, a 738 días de salvaje cautiverio, hay más odio y deseos de venganza entre los que quedan rumiando sus muertos entre las ruinas de Gaza, que entre los que se duelen, enfurecidos, porque no se les han regresado sus muertos. Más odios y venganzas entre los que prepararon durante muchos años extensos túneles excavados debajo de escuelas, hospitales, iglesias y residencias. Más dolidos y enfurecidos entre los que oyen a Golda Meir, desde 1957, decir: “La paz podrá llegar solamente cuando los líderes árabes amen a sus hijos más de lo que nos odian a nosotros.” Coinciden solamente en su desaprobación a Netanyahu.
¿Por qué el arreglo de paz no lleva las firmas de los representantes de las partes en el conflicto: un terrorista de Hamás y un general de las Fuerzas de Defensa de Israel? ¿Qué se negoció? ¿La brisa del mar y la vista al horizonte, la costa sembrada de hoteles, los campos de golf, el santuario americano para “The Netanyahus”, la repartición del mundo, la extorsión a Ucrania, la toma de Groenlandia o del Canal de Panamá? ¿O se develó un acuerdo no acordado en su totalidad, que no conocemos, y que obligó a acordarlo por lo prematuramente anunciado y celebrado por quien busca laureles? Quizás el no laureado amenazó, una vez más, con terminar de bombardear lo que queda de Gaza si no se firma su acuerdo. Y, para meter más miedo a los terroristas de Hamás, les recordó los ataques certeros y puntuales a los hutíes, mientras a Netanyahu le espetaba: “You always so fuc… negative.”
Alguien calculó mal cuando pensó que forzar una paz haciendo amenazas y guerra lo hace merecedor de un premio de pacificador. O aquel que se proclama consolidado soldado de la paz, a pesar de lanzar a las calles de su país hombres cobardes, con rostros cubiertos, para meter miedo y golpear. Mientras María Corina empuña y levanta orgullosa la bandera de Venezuela, su patria ultrajada, Donald Trump la levanta para hacer un puño amenazante frente a sus multitudes, embriagadas de los lodos de odios que solo engendran asesinatos y crímenes desde sus propios úteros.
Sin embargo, la narrativa de sus seguidores es como sigue: “El Premio Nobel de la Paz es para hacer justicia a actuaciones y logros en el escenario internacional, no en el doméstico.” De un acomodado cinismo rastrero. Y el repetido estribillo cansón: “Eso fue lo que prometió en campaña, por eso votaron sus electores, mayoría de los electores nacionales, y ahora cumple con esa promesa”. La “mayoría”, definida como 62,984,825 votos frente a 65,853,516 votos por Kamala Harris.
Todos los candidatos prometen atacar el crimen en las ciudades, atender la inmigración ilegal, detener el tráfico de drogas y de personas. Pero nada de eso se hace golpeando para encarcelar, sin identificación ni orden judicial. Cato revela que el Servicio de Inmigración y Control de Aduanas (ICE) ha encarcelado 204,297 individuos desde el 1 de octubre de 2024 al 12 de junio de 2025, de los cuales el 65% (133,687) no son criminales convictos y más del 93% nunca ha sido condenado por ninguna forma de violencia. Para justificar la paliza, el improperio, el abuso y el desprecio por gentes de otros orígenes y lengua, los peones del candidato al Nobel de la Paz “no doméstico” alteran definiciones y recurren a la verdad alternativa, su tradicional instrumento.
Alfred Nobel, inventor y empresario sueco, dejó en su testamento, entre otros, los criterios para otorgar el Premio Nobel de la Paz “a aquel que durante el año anterior haya conferido el mayor beneficio a la humanidad”. Mientras la ganadora del Nobel de la Paz, María Corina Machado, viene luchando por una transición pacífica de la dictadura a la democracia, aquel que ahora denigra el Nobel de la Paz porque se le escapó ejerce todo su poder para convertir una democracia en una dictadura, la paz en una de mazmorras y sepulcros.
El autor es médico.
